viernes, 1 de mayo de 2020

¿CONTRA QUIÉN SERÍA LA INSURRECCIÓN: CONTRA MADURO, CONTRA GUAIDÓ, O CONTRA LOS DOS?


Comenzaré con un relato que me sirve para explicar mi posición sobre el Gobierno de Transición.

El 12 de abril de 2002 por la mañana había una confusión sobre la situación jurídico-política planteada por la caída de Chávez. La versión predominante era que Chávez había renunciado. Y, en consecuencia, se estaba formando un gobierno para sucederlo. Era lo que se decía en todas partes y por todos los medios. Entonces yo, que he vivido desde niño las rebeliones cívico-militares y los golpes exclusivamente militares (1945-1948-1952-1958), decidí aprovechar una invitación de RCTV para dar mi opinión con fines de orientación a los que estaban asumiendo el poder. Dije que se debía aclarar si efectivamente se trataba de que Chávez había renunciado, en cuyo caso debía mostrarse la carta de renuncia porque la renuncia de un presidente se prueba con el escrito. Con el inconveniente de que, si existiese la renuncia, debería ser juramentado el Vice-Presidente Diosdado Cabello, a quien correspondía la sucesión constitucional. Porque el problema es que si se toma una vía jurídico-política hay que asumir sus consecuencias. Si hubo renuncia, se activa la sucesión constitucional.

Aconsejé olvidarse de la renuncia y optar por lo que después he llamado el CONTRAGOLPE CONSTITUCIONAL, fundamentándolo en el Art. 333 de la Constitución, la cual Chávez había violado con actos de fuerzas sucesivos, el último había sido la masacre de Puente Llaguno. Así, no habiendo renuncia, quedaría legitimada la insurrección por cumplir el deber constitucional de restablecer la vigencia de la Carta Magna. Observé desconcierto en el estudio de la televisora por ser el único que rompía con mis palabras el ambiente de alborozo por la renuncia. Más cuando agregué que  era  inexplicable que los insurrectos no habían tomado todos los medios de comunicación (tv-radio-prensa) para impedir que el enemigo los usara contra el nuevo gobierno. Y, por último, dije: si Chávez fue derrocado por el pueblo en la calle, porqué no se ha convocado al pueblo a la calle para respaldar al nuevo gobierno que ha tomado el poder y  porqué no se lo mantiene en la calle hasta tanto se estabilice?

Al regresar a casa mi esposa me recriminó haber roto con el festejo de la renuncia, que ella estaba celebrando con los vecinos. Apenas unos minutos después se presentó en mi hogar un amigo muy querido, militar retirado participante en las gestas del 58, angustiado por mis palabras porque todo se pudiera venir abajo. Me invitó a ir a Miraflores con él para exponer mi opinión. Yo me resistía diciendo: no voy adonde no me invitan. Se sumó mi esposa a la insistencia del amigo. Al fin, accedí.

En Miraflores conseguí a todos los políticos, pendientes del reparto de poder. A ninguno se le había ocurrido convocar al pueblo a la calle y desde allí influir decisivamente en los acontecimientos. A los que conseguía les preguntaba: donde está la renuncia de Chávez? Ustedes la vieron? Ninguno me respondía. Todos eludían. Sospeché entonces que los insurrectos habían tomado el camino equivocado. Conseguí al directivo de un gremio empresarial con quien tenía confianza y le pregunté: aquí en confianza, qué sabes de la renuncia de Chávez, tú la has visto, y qué de la remoción del Vice Cabello supuestamente hecha por Chávez antes de renunciar? Me contestó: sinceramente ni yo ni nadie de los que estamos aquí hemos visto ni la una ni la otra. Nadie sabe quién las tiene. Y te pido que no jurungues eso para que no se enrede la cosa. Llegué a la conclusión: la rebelión cívico-militar tiene un puñal en el pecho que se lo han clavado sus propios cabecillas. Eso me preocupó porque ví que la más bella insurrección de calle que había presenciado en mi vida iba camino al fracaso.

Estaba todavía en Miraflores cuando Carmona se juramentó ante sí mismo en medio de la euforia de todos los presentes. Entonces le dije a mi querido amigo, el militar retirado que me llevó a Miraflores: “Hazme el favor de regresarme a casa.” En el camino nos detuvimos y él me preguntó: “¿Qué opinas”. Mi respuesta: “el gobierno de Carmona no durará 48 horas.” Compungido repreguntó: “¿tan poco tiempo?” Le contesté: “48 horas, no más.” Me equivoqué en que sólo duró 24 horas.

Si no queremos que pase lo mismo cuando salgamos de Maduro, tenemos que resolver ante todo el problema de la legitimidad del nuevo gobierno. Esto no se exigía hasta 1958. Se le debe a la democracia venezolana que desde Betancourt la sostuvo y la impuso en América. Sin legitimidad no hay reconocimiento internacional, más necesario que nunca antes porque vamos a enfrentar a Cuba, el comunismo, el terrorismo islámico, guerrillas, bandas paramilitares y delincuencia organizada incluido el narcotráfico.  A diferencia de 2002 tenemos el problema resuelto porque Guaidó está reconocido desde ahora como el PRESIDENTE LEGÍTIMO y, como tal, debería presidir el Gobierno de Transición. Porque la rebelión sería contra Maduro el usurpador y no contra Guaidó el legítimo. Resultaría absurdo derrocar a los dos para poner a un tercero sin legitimidad alguna.

Lamento que algunos queridos amigos disientan de mi parecer. Me dolería que, llegado el momento, por culpa del aventurerismo tenga que repetir: “48 horas, no más.”

Jesús Antonio Petit Da Costa


GOBIERNO DE TRANSICIÓN 6          30-04-20



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