Comenzaré con un relato que me
sirve para explicar mi posición sobre el Gobierno de Transición.
El 12 de abril de 2002 por la
mañana había una confusión sobre la situación jurídico-política planteada por
la caída de Chávez. La versión predominante era que Chávez había renunciado. Y,
en consecuencia, se estaba formando un gobierno para sucederlo. Era lo que se
decía en todas partes y por todos los medios. Entonces yo, que he vivido desde
niño las rebeliones cívico-militares y los golpes exclusivamente militares
(1945-1948-1952-1958), decidí aprovechar una invitación de RCTV para dar mi
opinión con fines de orientación a los que estaban asumiendo el poder. Dije que
se debía aclarar si efectivamente se trataba de que Chávez había renunciado, en
cuyo caso debía mostrarse la carta de renuncia porque la renuncia de un
presidente se prueba con el escrito. Con el inconveniente de que, si existiese
la renuncia, debería ser juramentado el Vice-Presidente Diosdado Cabello, a
quien correspondía la sucesión constitucional. Porque el problema es que si se
toma una vía jurídico-política hay que asumir sus consecuencias. Si hubo
renuncia, se activa la sucesión constitucional.
Aconsejé olvidarse de la renuncia
y optar por lo que después he llamado el CONTRAGOLPE CONSTITUCIONAL,
fundamentándolo en el Art. 333 de la Constitución, la cual Chávez había violado
con actos de fuerzas sucesivos, el último había sido la masacre de Puente
Llaguno. Así, no habiendo renuncia, quedaría legitimada la insurrección por
cumplir el deber constitucional de restablecer la vigencia de la Carta Magna.
Observé desconcierto en el estudio de la televisora por ser el único que rompía
con mis palabras el ambiente de alborozo por la renuncia. Más cuando agregué
que era
inexplicable que los insurrectos no habían tomado todos los medios de
comunicación (tv-radio-prensa) para impedir que el enemigo los usara contra el
nuevo gobierno. Y, por último, dije: si Chávez fue derrocado por el pueblo en
la calle, porqué no se ha convocado al pueblo a la calle para respaldar al
nuevo gobierno que ha tomado el poder y
porqué no se lo mantiene en la calle hasta tanto se estabilice?
Al regresar a casa mi esposa me
recriminó haber roto con el festejo de la renuncia, que ella estaba celebrando
con los vecinos. Apenas unos minutos después se presentó en mi hogar un amigo
muy querido, militar retirado participante en las gestas del 58, angustiado por
mis palabras porque todo se pudiera venir abajo. Me invitó a ir a Miraflores
con él para exponer mi opinión. Yo me resistía diciendo: no voy adonde no me
invitan. Se sumó mi esposa a la insistencia del amigo. Al fin, accedí.
En Miraflores conseguí a todos
los políticos, pendientes del reparto de poder. A ninguno se le había ocurrido
convocar al pueblo a la calle y desde allí influir decisivamente en los
acontecimientos. A los que conseguía les preguntaba: donde está la renuncia de
Chávez? Ustedes la vieron? Ninguno me respondía. Todos eludían. Sospeché
entonces que los insurrectos habían tomado el camino equivocado. Conseguí al
directivo de un gremio empresarial con quien tenía confianza y le pregunté:
aquí en confianza, qué sabes de la renuncia de Chávez, tú la has visto, y qué
de la remoción del Vice Cabello supuestamente hecha por Chávez antes de
renunciar? Me contestó: sinceramente ni yo ni nadie de los que estamos aquí
hemos visto ni la una ni la otra. Nadie sabe quién las tiene. Y te pido que no
jurungues eso para que no se enrede la cosa. Llegué a la conclusión: la
rebelión cívico-militar tiene un puñal en el pecho que se lo han clavado sus
propios cabecillas. Eso me preocupó porque ví que la más bella insurrección de
calle que había presenciado en mi vida iba camino al fracaso.
Estaba todavía en Miraflores
cuando Carmona se juramentó ante sí mismo en medio de la euforia de todos los
presentes. Entonces le dije a mi querido amigo, el militar retirado que me
llevó a Miraflores: “Hazme el favor de regresarme a casa.” En el camino nos
detuvimos y él me preguntó: “¿Qué opinas”. Mi respuesta: “el gobierno de
Carmona no durará 48 horas.” Compungido repreguntó: “¿tan poco tiempo?” Le
contesté: “48 horas, no más.” Me equivoqué en que sólo duró 24 horas.
Si no queremos que pase lo mismo
cuando salgamos de Maduro, tenemos que resolver ante todo el problema de la
legitimidad del nuevo gobierno. Esto no se exigía hasta 1958. Se le debe a la
democracia venezolana que desde Betancourt la sostuvo y la impuso en América.
Sin legitimidad no hay reconocimiento internacional, más necesario que nunca
antes porque vamos a enfrentar a Cuba, el comunismo, el terrorismo islámico,
guerrillas, bandas paramilitares y delincuencia organizada incluido el
narcotráfico. A diferencia de 2002
tenemos el problema resuelto porque Guaidó está reconocido desde ahora como el
PRESIDENTE LEGÍTIMO y, como tal, debería presidir el Gobierno de Transición.
Porque la rebelión sería contra Maduro el usurpador y no contra Guaidó el
legítimo. Resultaría absurdo derrocar a los dos para poner a un tercero sin
legitimidad alguna.
Lamento que algunos queridos
amigos disientan de mi parecer. Me dolería que, llegado el momento, por culpa
del aventurerismo tenga que repetir: “48 horas, no más.”
Jesús Antonio Petit Da Costa
GOBIERNO DE TRANSICIÓN 6 30-04-20
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