lunes, 24 de noviembre de 2014

UN FRACASO LLAMADO VENEZUELA (X): Suma de incongruencias

No puede haber democracia sin capitalismo ni burguesía, ni se puede llegar al socialismo sin pasar por el capitalismo. No entenderlo explica la suma de  incongruencias en nuestra historia.
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Por su formación marxista Betancourt conocía el “materialismo histórico”, que se resume en estas palabras: las relaciones de producción forman la estructura económica de la sociedad, la cual constituye la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política de cada etapa histórica. A esta  sincronización entre la estructura económica y la superestructura político-jurídica la han denominado más recientemente “ley de la congruencia”(Toffler). Lo contrario es la incongruencia o desincronización.
Deduzco entonces que Betancourt se dio cuenta de la incongruencia que venía arrastrando la República desde su creación, causa de la inestabilidad política y de la sucesión de fracasos. Los padres de la patria trasladaron a nuestro país las instituciones político-jurídicas del capitalismo entonces emergente con la revolución industrial que elevó a la burguesía a la categoría de clase dirigente, después de derrocar el absolutismo real. Constitución, república y democracia son creaciones de la burguesía, construidas sobre la base de la economía capitalista. Pero aquí, para la fecha de la independencia, no había capitalismo ni burguesía. Los padres de la patria eran terratenientes esclavistas que dominaban en una sociedad semejante a la feudal.
Ni entonces ni después en siglo y medio de historia republicana tuvimos una revolución industrial que implantara el capitalismo y a la burguesía como clase dirigente. Ello explica que la Constitución y las instituciones republicanas fueran entelequias o superestructuras sin base económico-social. La realidad política era el caudillismo militar, rémora del feudalismo, adoptando la presidencia imperial como forma de gobierno. Al no existir capitalismo ni burguesía tampoco podía haber proletariado o clase trabajadora, ya que unos existen por los otros. Y al no existir burguesía ni proletariado, no hubo contrapeso social al caudillismo militar, porque ambos son, en una sociedad capitalista, los poderes fácticos o de hecho que enfrentan el absolutismo.
Lo anterior explica que, ya curado de lo que llamaba “sarampión juvenil”, Betancourt trazara en 1945 la estrategia para echar las bases de una democracia estable incorporando a la incipiente burguesía industrial, que se estaba formando a la vera de la inversión extranjera en petróleo, y promoviera su crecimiento mediante la industrialización, base del capitalismo, para lo cual fue creada la Corporación Venezolana de Fomento (CVF). El acierto de esta estrategia se comprobó cuando la burguesía industrial participó en el derrocamiento de la dictadura de Pérez Jiménez y el líder del empresariado, Eugenio Mendoza, formó parte de la junta de gobierno de la transición democrática y luego fue suscritor del Pacto de Punto Fijo. Así comenzó el proceso de hacer congruente la democracia con la estructura económica y la clase social que le dieron origen, capitalismo y burguesía. En consecuencia los gobiernos de 1959 a 1974 (Betancourt, Leoni y Caldera) impulsaron aún más la industrialización con la política de sustitución de importaciones y exención de impuestos por años a las industrias que se instalaran en el país. Entusiasmada la burguesía nacional fundó el movimiento “Pro-Venezuela” (presidido por Alejandro Hernández), con su lema: “compre venezolano”.
Pero en 1975, al disparate de hacer dueño del petróleo al presidente imperial se le agregó el de construir un Estado Empresario, que ha sido el fracaso total. Sólo trajo derroche y corrupción en proporciones jamás vista. Y, al mismo tiempo, socavó las bases sociales de la democracia, facilitando su caída al impedir que burguesía y proletariado se consolidaran como poderes fácticos independientes del gobierno. Desde entonces vivimos en un estado de extravío ideológico. Somos el único país donde todos los partidos son socialistas, ninguno se propone implantar el capitalismo aún estando en la etapa de la globalización capitalista. Somos el único país en el cual ningún partido se identifica con el capitalismo que impera en todas las potencias económicas, incluyendo a China.
Aprendamos la lección: Todos nuestros fracasos políticos se han originado en no entender que la democracia requiere del capitalismo como base económico-social. Por ello la llaman democracia burguesa. Y no entender los comunistas lo más elemental del materialismo histórico: sin  pasar por el capitalismo no hay socialismo posible, si acaso se llamará así la etapa histórica que suceda a la vigente en el mundo. De allí el desastre actual.

LIBERACIÓN NACIONAL Y NO-REELECCIÓN (99)

lunes, 17 de noviembre de 2014

UN FRACASO LLAMADO VENEZUELA (IX): El barbarazo que acabó con todo

Hacer dueño del petróleo al presidente imperial fue igual que entregarle una hojilla a un mono. Este barbarazo acabó con todo: industria, economía, moneda, democracia y hasta el país. Un verdadero desastre.
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Hasta 1975 Venezuela iba en ascenso. Los venezolanos vivíamos bien y cada vez mejor. Y, sobre todo, en democracia. Entonces vino la mala hora de cometer el más grande de todos los disparates: hacer dueño del petróleo al presidente imperial. Mantener el sistema presidencial en la Constitución del 61 ya fue un error gravísimo, porque era mantener la forma de gobierno propia del caudillismo militar, pero darle las llaves del reino, que es la industria petrolera, equivalía a entregarle hojillas a un mono. Y se las entregaron. Durante casi 40 años, y sin descanso, este barbarazo acabó con todo, hasta con el país que ya no es nuestro sino de Cuba.
Al comienzo del siglo XX Venezuela estaba, como ahora, arruinada y endeudada. Así la habían dejado las sucesivas dictaduras de los liberales amarillos. Fue Gómez el que puso orden y echó las bases para el desarrollo económico. Impuso disciplina fiscal con la unidad del Tesoro (adonde van todos los ingresos) y con el equilibrio presupuestario (el límite del gasto público lo determinan los ingresos). Nada de déficit fiscal y nada de endeudamiento. Arroparse hasta donde llega la cobija. Nada de montar empresas públicas, ni de comprar privadas, que eso es asunto de empresarios. Un país austero y solvente, sin deudas, con estabilidad de moneda y precios, por consiguiente sin inflación. Hizo un buen trabajo pero lo cobró demasiado caro: 27 años de tiranía cruel. Su receta político-económica (tiranía+austeridad), para reorganizar el país y sacarlo de la ruina, fue copiada 40 años después por Pinochet en Chile. Y no se puede negar que ambos lograron su objetivo, poniendo a sus países en la rampa de despegue del crecimiento económico.
El recetario económico de Gómez (austeridad y disciplina fiscal) fue seguido, con algunos ajustes de política social, por todos los gobiernos que le sucedieron desde 1936 hasta 1974, los cuales invirtieron sensatamente la creciente renta petrolera en la modernización del país. Fue la mejor etapa de la historia de Venezuela, cuando llegó a ser modelo de prosperidad creciente en América Latina. Pero en 1975 nos vino la desgracia:  el alza del petróleo (de 5 dólares hasta 40) provocó la locura colectiva. Los políticos perdieron la cabeza y con la nacionalización hicieron dueño del petróleo al presidente imperial. Pocos vieron el peligro, porque toda Venezuela parecía la película “La Fiesta Inolvidable” de Peter Sellers (véanla los que no vivieron la época para que se enteren). Fueron los años de nuestra “belle epoque”, de botar por la ventana no la casa sino el país.  Y efectivamente al país lo botaron por la ventana uniendo: 1) Gasto público desmedido para el derroche; 2) Endeudamiento masivo con empréstitos injustificados contratados al por mayor para la construcción de la Gran Venezuela; 3) Importaciones a gran escala en una “agricultura de puertos.” 4) Capitalismo de Estado: el gobierno dueño de petróleo, hierro, aluminio y de centenares de empresas, comprando todo, expropiando todo. A esta política económica disparatada, una insensatez mayúscula, Pérez Alfonzo la llamó PLAN DE DESTRUCCIÓN NACIONAL. La historia le dio la razón. En el 83 comenzó la devaluación interminable de la moneda que 30 años más tarde sería basura. En el 84 la desordenada deuda pública (ni siquiera sabían su monto) se hacía impagable y la fuga de capitales indetenible, forzando el control de cambio. En el 89 explotó con el Caracazo el descontento por la inflación y el fin de fiesta con el macroajuste. En el 94 estalló el sistema financiero. Íbamos cuesta abajo en la rodada, perdidas las ilusiones pasadas. Entonces en el 98 el pueblo eligió al que iba a componer esto. Se antojó de un militar al que creía otro Gómez, deduciendo erróneamente de su ejemplo que orden y disciplina son incompatibles con la democracia. Resultó ser el barbarazo que terminó de acabar con todo: economía, moneda, democracia, ejército, educación, sanidad, y hasta el país, que ya no es nuestro sino de Cuba. Y toda esta inmensa desgracia que ya va a cumplir 40 años (1975-2015), el remate de dos siglos de fracasos acumulados, nos ha sucedido porque no conformes con los errores que se venían arrastrando del pasado se cometió el más grande de todos los disparates que fue regalarle una hojilla a un mono.
Aprendamos la lección: Ya no basta con quitarle la hojilla al mono. Hay que sustituir la nefasta presidencia imperial por la república parlamentaria. 

LIBERACIÓN NACIONAL Y NO-REELECCIÓN (98)

lunes, 10 de noviembre de 2014

Un fracaso llamado Venezuela(VIII): El disparate condujo a la tragedia

Convertida la República en Emirato, al hacer dueño del petróleo al presidente imperial, la tentación fue incontenible para un Alí Babá y sus 40 ladrones, a los cuales reclutó Fidel Castro como agentes suyos. Así el disparate terminó en tragedia con la pérdida de la soberanía. 
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Como estoy convencido de que saldremos pronto de esta pesadilla vengo reflexionando, con anticipación, sobre las causas del fracaso de Venezuela en dos siglos, cuyo remate ha sido caer en la peor tiranía de nuestra historia, la tiranía de los peores, después de 40 años de democracia. Lo hago con el fin de que no repitamos los errores del pasado cuando emprendamos la refundación de la República.
He advertido que fue un error mantener la forma de gobierno que le había servido al caudillismo militar en siglo y medio de dictaduras sucesivas. Se trata de la “presidencia imperial”, la cual concentra en una sola persona la cuádruple corona que ningún monarca tiene en la actualidad: Jefe del Estado, Jefe del Gobierno, Jefe del Partido y Comandante en Jefe de la FAN. Este error fue agravado con la reelección de los presidentes, a la cual se sumó la reelección de alcaldes y gobernadores, creando un ambiente de borrachera reeleccionista, que abrió la puerta de regreso a la dictadura porque aniquiló el sistema inmunológico de la democracia. En nuestro país la única defensa de la democracia sería la no-reelección absoluta, que es la vacuna contra las dictaduras que inventaron los mejicanos. Por si fuera poco, se cometió lo que no he dudado en calificar de más grande de todos los disparates: hacer dueño del petróleo y así dueño del país a ese presidente imperial. Fue la invitación formal al asalto del poder por un Alí Babá y sus 40 ladrones, porque el botín era demasiado tentador. En verdad Venezuela había adoptado la forma de gobierno de un Emirato árabe, con un emir electivo. Bastaba entonces hacerlo vitalicio mediante la reelección indefinida, aprovechando la borrachera reeleccionista, para que Alí Babá y su banda pretendiera quedarse para siempre.
Como todo emir dueño del petróleo, los “presidentes imperiales” se las echaron de ricachones. Repartieron toda clase de regalos, hasta un barco a Bolivia que no tiene mar. Y maletas llenas de dólares como la que se entregó al máximo líder del PSOE (España), según se dijo entonces. Se convirtieron en financistas de movimientos políticos en América Latina. El emir adeco financiaba los partidos de la Internacional Socialista. El emir copeyano a los partidos de la Organización Demócrata Cristiana (ODCA). Además los emires, como dueños del petróleo, lo vendían barato con fines políticos y le construían carreteras, escuelas y viviendas a los países centroamericanos y caribeños. Así, pues, nuestros emires hicieron lo mismo que vienen haciendo los emires árabes que financian a los suníes contra los chiíes y viceversa en el conflicto interminable del Oriente Medio.
Nuestros emires no se dieron cuenta que había un enemigo emboscado, cazando la oportunidad. Se llama Fidel Castro. En los años 60, cuando todavía no había sido nacionalizada la industria petrolera, intentó ponerle la mano a la presidencia imperial financiando la guerrilla comunista. Fue derrotado por la FAN, en la única guerra que ha librado y ganado. Se replegó Castro cuando consiguió que la URSS le suministrara petróleo gratis. Aparentó quedarse quieto mientras colocaba infiltrados en la FAN.  Con la desaparición de la URSS en 1990 Cuba quedó sin petróleo. Entonces Fidel, que había fundado la Internacional Comunista de América Latina (Foro de Sao Paulo), sintiendo la asfixia económica, adelantó el plan de tomar a Venezuela, lo que intentaron sus infiltrados en la FAN con los golpes fallidos de 1992.  El plan era sencillo: un infiltrado suyo se convertiría en el emir de Venezuela, dueño del petróleo, y como tal financiaría a los comunistas afiliados al Foro de Sao Paulo y sobre todo fieles a Cuba, la Roma del comunismo latinoamericano, que se haría centro de distribución de petróleo y regalos para el Caribe (Petro-Caribe). Al ver el fracaso de la intentona golpista, Fidel simuló la condena del golpe. Y cambió de estrategia. Aprovechó la puerta abierta para acceder a la caja fuerte del emirato: la elección presidencial sin cacheo de seguridad nacional. Así Cuba se apoderó de Venezuela sin disparar un tiro.
Aprendamos la lección: la presidencia imperial convertida en emirato petrolero deber ser sustituida porque nos ha conducido a vivir la tragedia de perder la soberanía con Cuba, el mayor de todos los fracasos.

Liberación Nacional y No-Reelección (97)

lunes, 3 de noviembre de 2014

Un fracaso llamado Venezuela (VII): El más grande de todos los disparates


Se lo cometió en 1976 cuando al “presidente imperial” se lo hizo legalmente dueño del petróleo y así dueño del país. Era demasiado tentador el botín para los asaltantes del poder y saqueadores del Tesoro Nacional.
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Al error de mantener la presidencia imperial (Jefe de Estado, Jefe de Gobierno, Jefe del partido de gobierno y Comandante en Jefe de la FAN, en una sola persona) y de conservar la reelección (disimulo constitucional del continuismo), que había sido la forma de gobierno del caudillismo militar, se le añadió el más grande de todos los disparates: hacer legalmente dueño del país al Presidente de la República. Demasiada tentación para un militar ambicioso, además infiltrado de Cuba, y su banda de asaltantes y saqueadores. Veamos cómo se torció el rumbo de nuestra historia.
El Rey de España era el dueño de todo cuanto había en el subsuelo. Independizada Venezuela le sucedió la República en esta propiedad que sólo adquirió importancia cuando se descubrió el petróleo a principios del siglo XX. Entonces el general Gómez, en ejercicio de la presidencia imperial como corresponde a un caudillo militar, otorgó graciosamente a sus amigos las concesiones para explotarlo. La finalidad del otorgamiento era obvia: ganarse un dineral cada uno de ellos traspasando la concesión a una compañía extranjera. Fue lo que hicieron. Con este antecedente quedó claro que el presidente imperial no puede ser el dueño del petróleo.
Estaba en aumento la producción petrolera cuando el general Medina decidió aprovechar la necesidad de combustible de los aliados por la guerra mundial y negoció en 1943 la primera Ley de Hidrocarburos, que contenía una disposición transcendental: las concesiones durarían 40 años y, en consecuencia, se revertirían en 1983, pasando entonces a propiedad de Venezuela, que se haría dueña de toda la industria petrolera sin pago de indemnización.
Posteriormente la Junta Revolucionaria de Gobierno, que llegó al poder por la rebelión cívico-militar de 1945, dispuso por decreto-ley que las empresas petroleras extranjeras debían compartir de por mitad (50%-50%) con la República las utilidades o ganancias que obtuvieran por la explotación de petróleo venezolano. Las petroleras hacían la inversión, corriendo los riesgos del negocio, mientras la República se dedicaba a cobrar sin poner un centavo. Este sistema, que se conoció como “fifty-fifty” se mantuvo durante la dictadura militar (1948-1958). En el interinato que siguió a su derrocamiento por una rebelión cívico-militar (1958), la junta de gobierno decretó el aumento, del 50% al 60%, de la participación de la República en las ganancias de las petroleras extranjeras. Posteriormente Leoni dispuso en 1966 que, para evitar la manipulación a la baja de los precios del petróleo, la República fijaría unilateralmente el que serviría de base a la participación fiscal.
Con este sistema de explotación de la riqueza petrolera Venezuela vivió, desde 1943, una etapa de prosperidad creciente. Al ascenso económico (éramos el país de América Latina de mayor crecimiento) se le agregó, a partir de 1958, la democracia que nunca habíamos tenido. Los venezolanos nos sentíamos optimistas, con un futuro de ascenso constante. Nadie se iba del país, muchos venían. Parecía que, por fin, habíamos enterrado los fantasmas del pasado, los causantes de la cadena de fracasos desde la independencia. Estábamos equivocados. La bestia negra de la tiranía acechaba emboscada detrás de la presidencia imperial, mantenida por un error de consecuencias trágicas para la democracia.
Vino el más grande de todos los disparates. En 1976 los políticos hicieron dueño del petróleo al presidente imperial con la nacionalización de la industria petrolera. El presidente imperial, al ser dueño del petróleo porque quita y pone la directiva de la empresa petrolera y puede hacer lo que le viene en gana con la industria, se hizo dueño del país. Entonces la bestia negra de la tiranía, que estaba agazapada, mostró sus fauces. Ninguno de los caudillos militares anteriores tuvo en sus manos un botín tan grande. Era demasiada tentación para los saqueadores. Este disparate reforzó el atractivo del poder para ellos y así nos trajo la tiranía de los peores, el fin de la democracia y la destrucción de Venezuela, que no es hoy ni la sombra del pasado. Hacer dueño de la industria petrolera al Presidente de la República, y de este modo hacerlo dueño del país, ha sido el mayor disparate de nuestra historia de dos siglos de fracasos.
Aprendamos la lección: si queremos democracia tenemos que acabar con la presidencia imperial y despojar al gobernante de la propiedad del petróleo, que lo hace dueño del país.


Liberación Nacional y No-Reelección (96)