Ya sabemos que Maduro es un
gobernante ilegítimo, puesto que se “robó las elecciones”. Su elección es el
resultado de un fraude masivo, descarado y descomunal. En consecuencia, es un
usurpador del cargo de presidente. Esta usurpación está agravada porque era
inelegible. Lo era por el cargo que desempeñaba para la fecha de su postulación
(vicepresidente). Y lo era con mayor razón porque no ha probado ser venezolano
por nacimiento.
Ahora bien, Capriles fue
escogido candidato de una alianza electoral de oposición para la elección
presidencial de 2.012, la cual perdió. Esta alianza electoral lo volvió a
postular para la elección presidencial de 2.013. Según sus propias palabras,
Maduro le “robó las elecciones cometiendo fraude.” Si Maduro se la robó, fue
porque Capriles se la dejó robar. No persiguió al ladrón, lo que hubiera sido
posible pidiéndole auxilio a sus electores para que se lanzaran a la calle, sino
recurrió a la policía de la cual se valió el ladrón (CNE) y al juez puesto allí
por el ladrón (TSJ). Pasó lo que tenía que pasar. El policía dijo: ¿robo?, yo
no he visto robo. Y el juez le dirá lo mismo, después de hacerlo esperar.
Una alianza electoral es
algo transitorio. El candidato que ella escoja no es eterno. Es sólo para esa
elección. Por consiguiente, el candidato de una alianza electoral de oposición
no puede declararse jefe de la oposición. Es únicamente candidato y, pasada la
elección, deja de serlo. Si, por el contrario, el candidato derrotado se erige
en jefe de la oposición, estará incurso en ilegitimidad de origen, por fraude
al elector. Ya que al elector se lo exhortó a elegir un candidato, no al jefe
de la oposición. La inmensa mayoría que votó por Capriles lo hizo, no por él,
sino por ser el candidato de unidad; y no para ser jefe de la oposición, sino
para ser jefe de un gobierno de transición. Otra interpretación sería un fraude
al elector de oposición.
Estamos, pues, ante un caso sin
precedentes: la ilegitimidad del que usurpa la jefatura del gobierno y la
ilegitimidad del que usurpa la jefatura de la oposición. Algo insólito, propio del
surrealismo político que vivimos. Ambas usurpaciones nos obligan a la toma de
decisiones.
REFLEXIONES 17
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