Liberación Nacional y No-Reelección (19)
Sobre la mentira edificó su
reino. Y la mentira lo llevó a la muerte. Aún después de muerto, la mentira no
lo deja descansar. Sus herederos políticos no saben qué hacer para esconder la
mentira. Ya no la del difunto, sino la suya: el encubrimiento del homicidio
culposo cometido por los cubanos, agravado por el ocultamiento del cuerpo del
delito con fines de manipulación política. Pretenden embalsamar la mentira con
el cadáver, para que nunca se sepa la verdad.
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Repongamos el “iter-criminis”,
que así llamamos los abogados al proceso de desarrollo y consumación del
delito.
Es público y notorio que el
difunto viajó a Cuba a mediados de 2011 porque se sentía mal. Allá lo recibió
Fidel Castro, quien en su condición de “facurto”, lo auscultó y diagnosticó que
era “una pelota” en la región inguinal. Lo entregó entonces en manos de los
matasanos cubanos, con título de médico. Lo abrieron y confirmaron el
diagnóstico de Fidel: tenía una “pelota”. Lo contó aquí el paciente: un tumor
del “tamaño de una pelota de beisbol”. No hubo informe médico. Y como al
mentiroso nadie le cree, la inmensa mayoría de los venezolanos pensó que era un
montaje cubano para convertirlo en víctima digna de conmiseración.
Es público y notorio que el
difunto viajó repetidas veces a La Habana para someterse a sesiones de
quimioterapia, de las cuales regresó hinchado y sin pelos. No hubo informe
médico al respecto, por lo cual medio país siguió creyendo que era mentira. Al
terminar la quimioterapia, el difunto se declaró curado y montó un show
metiendo al Cristo de La Grita y Monseñor Moronta. No hubo médico que
confirmara su curación.
Es público y notorio que el
difunto viajó después repetidas veces a La Habana para someterse a sesiones de
radioterapia, de las cuales regresó diciendo: “estoy curado.” Efectuó entonces
actos de sanación. Medio país volvió a decir: “¿no ven que era un show cubano
llamado Misión Lástima?” Les dio la razón el difunto postulándose como
candidato presidencial y mintiendo descaradamente cuando aseguraba: “estoy
curado.”
Es público y notorio que después
de las elecciones viajó a La Habana confesando que seguía sufriendo de cáncer.
Fue la última vez que se le vio vivo. Ustedes saben que los enfermos terminales
son muy influenciables. Hasta cambian de testamento por sugerencia del que lo
cuida. Así se interpreta que haya venido a ungir a Maduro por influencia
cubana. Más nunca habló, siendo como era tan hablachento. Ahora sabemos por uno
de sus hermanos que en la misma operación sufrió un derrame cerebral. Concuerda
con la información confidencial del embajador Cochez de que había quedado
vegetal por muerte cerebral en diciembre. El silencio del ahora difunto,
inexplicable por su hablanchetería compulsiva, es indicio suficiente para
concluir que efectivamente podía estar desde entonces en estado de ausencia
absoluta de este mundo.
Es público y notorio que desde el
8 de diciembre no se le dejó ver por sus amigos más queridos: Evo, Cristina,
Correa. Y mucho menos de otro venezolano que no fuera el beneficiario de su muerte,
en su condición de heredero político. Es otro indicio de una conspiración para
ocultar su muerte, escondiendo su cuerpo.
Es público y notorio que,
anunciada por fin su muerte, no se ha publicado el acta de defunción, ni su
historia clínica. Sus herederos políticos las mantienen ocultas, los que lo
hace más sospechosos si lo unimos a su negativa reiterada a la designación de
una junta médica cuando se decía que el difunto vivía.
En cualquier país del mundo estos
hechos, por públicos y notorios, constituirían “notitia criminis”, suficiente
para abrir de oficio una investigación criminal contra los médicos cubanos por
homicidio culposo, causado por mala praxis médica; contra los gobernantes de
Cuba por encubrimiento de este delito y ocultamiento del cuerpo del difunto con
fines de manipulación política; y contra los herederos políticos del difunto
por fundada sospecha de cómplices de las autoridades cubanas y de haberlo
traicionado en su último momento, lo que se deduce del testimonio de uno de los
guardias personales, quien leyó en sus labios esta frase desesperada: “no me
dejen morir.” ¿Era ruego o denuncia de que lo estaban matando?
Ironía de la vida: sólo sabremos
la verdad sobre la enfermedad y muerte del difunto cuando le pongamos fin al
régimen de oprobio instaurado por él mismo.
<http://jesuspetitdacosta.blogspot.com>
@petitdacosta
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