lunes, 18 de marzo de 2013

La mentira embalsamada



Liberación Nacional y No-Reelección (19)



 Sobre la mentira edificó su reino. Y la mentira lo llevó a la muerte. Aún después de muerto, la mentira no lo deja descansar. Sus herederos políticos no saben qué hacer para esconder la mentira. Ya no la del difunto, sino la suya: el encubrimiento del homicidio culposo cometido por los cubanos, agravado por el ocultamiento del cuerpo del delito con fines de manipulación política. Pretenden embalsamar la mentira con el cadáver, para que nunca se sepa la verdad.

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Repongamos el “iter-criminis”, que así llamamos los abogados al proceso de desarrollo y consumación del delito.

Es público y notorio que el difunto viajó a Cuba a mediados de 2011 porque se sentía mal. Allá lo recibió Fidel Castro, quien en su condición de “facurto”, lo auscultó y diagnosticó que era “una pelota” en la región inguinal. Lo entregó entonces en manos de los matasanos cubanos, con título de médico. Lo abrieron y confirmaron el diagnóstico de Fidel: tenía una “pelota”. Lo contó aquí el paciente: un tumor del “tamaño de una pelota de beisbol”. No hubo informe médico. Y como al mentiroso nadie le cree, la inmensa mayoría de los venezolanos pensó que era un montaje cubano para convertirlo en víctima digna de conmiseración.

Es público y notorio que el difunto viajó repetidas veces a La Habana para someterse a sesiones de quimioterapia, de las cuales regresó hinchado y sin pelos. No hubo informe médico al respecto, por lo cual medio país siguió creyendo que era mentira. Al terminar la quimioterapia, el difunto se declaró curado y montó un show metiendo al Cristo de La Grita y Monseñor Moronta. No hubo médico que confirmara su curación.

Es público y notorio que el difunto viajó después repetidas veces a La Habana para someterse a sesiones de radioterapia, de las cuales regresó diciendo: “estoy curado.” Efectuó entonces actos de sanación. Medio país volvió a decir: “¿no ven que era un show cubano llamado Misión Lástima?” Les dio la razón el difunto postulándose como candidato presidencial y mintiendo descaradamente cuando aseguraba: “estoy curado.”

Es público y notorio que después de las elecciones viajó a La Habana confesando que seguía sufriendo de cáncer. Fue la última vez que se le vio vivo. Ustedes saben que los enfermos terminales son muy influenciables. Hasta cambian de testamento por sugerencia del que lo cuida. Así se interpreta que haya venido a ungir a Maduro por influencia cubana. Más nunca habló, siendo como era tan hablachento. Ahora sabemos por uno de sus hermanos que en la misma operación sufrió un derrame cerebral. Concuerda con la información confidencial del embajador Cochez de que había quedado vegetal por muerte cerebral en diciembre. El silencio del ahora difunto, inexplicable por su hablanchetería compulsiva, es indicio suficiente para concluir que efectivamente podía estar desde entonces en estado de ausencia absoluta de este mundo.

Es público y notorio que desde el 8 de diciembre no se le dejó ver por sus amigos más queridos: Evo, Cristina, Correa. Y mucho menos de otro venezolano que no fuera el beneficiario de su muerte, en su condición de heredero político. Es otro indicio de una conspiración para ocultar su muerte, escondiendo su cuerpo.

Es público y notorio que, anunciada por fin su muerte, no se ha publicado el acta de defunción, ni su historia clínica. Sus herederos políticos las mantienen ocultas, los que lo hace más sospechosos si lo unimos a su negativa reiterada a la designación de una junta médica cuando se decía que el difunto vivía.

En cualquier país del mundo estos hechos, por públicos y notorios, constituirían “notitia criminis”, suficiente para abrir de oficio una investigación criminal contra los médicos cubanos por homicidio culposo, causado por mala praxis médica; contra los gobernantes de Cuba por encubrimiento de este delito y ocultamiento del cuerpo del difunto con fines de manipulación política; y contra los herederos políticos del difunto por fundada sospecha de cómplices de las autoridades cubanas y de haberlo traicionado en su último momento, lo que se deduce del testimonio de uno de los guardias personales, quien leyó en sus labios esta frase desesperada: “no me dejen morir.” ¿Era ruego o denuncia de que lo estaban matando?

Ironía de la vida: sólo sabremos la verdad sobre la enfermedad y muerte del difunto cuando le pongamos fin al régimen de oprobio instaurado por él mismo.

<http://jesuspetitdacosta.blogspot.com>


@petitdacosta

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