Cada día un pequeño empresario y un trabajador se quitan la
vida agobiados por las deudas y la falta de expectativa para superar las
dificultades
Si hay una palabra prohibida, esa es suicidio. Mucho más
para las sociedades —como la italiana, como la española— que desde siglos han
vivido a la sombra ética y estética de la religión. A pesar de que a los
suicidas siempre se les negó un lugar en el cielo, en el camposanto y en los
periódicos, los italianos se están quitando la vida por motivos económicos. A
un ritmo de dos al día. No se llega
todavía al récord espantoso de los griegos —1.725 suicidios en los dos últimos
años—, pero la progresión es tan alarmante que hasta el primer ministro Mario
Monti, tan católico, nombró al diablo por su nombre. “Todos los días luchamos
para evitar caer en el dramático precipicio de Grecia, con tantos empleos
perdidos y tantos suicidios”, dijo.
La situación es tan dramática que, la noche del pasado
miércoles, pequeños empresarios y trabajadores acudieron con velas al Panteón
para exigir en silencio: “No más suicidios”.
Los llamados “suicidios económicos” están provocados por un
cóctel fatal formado por los rezagos de la vieja Italia y la nueva crisis
global. “La lentitud de la burocracia, la dificultad para tratar con bancos y
administraciones”, según se puso de manifiesto a la vera del Panteón, “se unen
ahora a empresas endeudadas, pagos que se retrasan y jamás llegan… El pequeño
empresario se ve abocado a despedir a personas con las que ha trabajado toda la
vida, a verdaderos amigos, incluso a familiares… Intenta aguantar hasta que un
día ya no puede resistirlo y…” Todo parece indicar que la situación seguirá
agravándose. De ahí que al menos cinco asociaciones —desde Cáritas a organizaciones
empresariales— ya hayan puesto en marcha servicios de ayuda psicológica a
emprendedores y trabajadores en apuros.
65.000 prejubilados —350.000 según los sindicatos— creían
que habían llegado por fin a la orilla de la tranquilidad y ahora se encuentran
a tres o cuatro años de la costa, en aguas más frías y más profundas que nunca,
sin fuerzas para aprender a nadar, con la vida arruinada. Todo el sufrimiento
que se reúne en las ojeras de Vincenzo, toda la sensación de haber sido
estafado, se convierte en un factor de riesgo. Es el grito de Italia contra la
crisis. Un grito dramático. El disparo de una escopeta puesta del revés. El
silbido de un tren que se acerca en medio de la noche…
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