En el primer tercio del siglo XX, era uno de los diez países
más ricos del mundo, hoy es el 59. ¿Por qué? La respuesta es socialismo.
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DIARIO ESPAÑOL.
M. LLAMAS 2012-04-22
Argentina es uno de los países que ha registrado un mayor
deterioro económico durante el último siglo. Su tránsito de la riqueza a la
pobreza se podría resumir en la sucesión de tres grandes etapas: auge y
desarrollo gracias a la globalización , la estabilidad monetaria y la
liberalización económica (desde mediados del siglo XIX hasta el primer tercio
del siglo XX); el período de entreguerras, desde 1930 hasta 1945, en donde se
fue imponiendo paulatinamente la autarquía y el proteccionismo; y el ascenso
del peronismo (1946-1955), cuyo legado pervive desde entonces, de una u otra
forma, pese a la sucesión de distintos regímenes dictatoriales y democráticos.
Uno de los países más ricos del mundo
Al igual que otros países, Argentina se integró en la
economía global durante el siglo XIX gracias a la apertura comercial, la libre
circulación de capitales y la estabilidad monetaria que imponía el entonces
vigente patrón oro. Argentina prosperó de forma sustancial hasta 1930,
atrayendo un gran volumen de inversión extranjera y capital humano
(inmigrantes).
Tras su proceso de independencia y un turbulento período de
conflictos civiles, la emancipación definitiva de Argentina llegó con la Constitución de 1853,
que instauraba como principios básicos la división de poderes, la igualdad ante
la ley y un respaldo absoluto a la propiedad privada y el libre comercio. Los
distintos gobiernos surgidos de la Carta Magna potenciaron las infraestructuras,
alentaron la inmigración y la inversión extranjera y garantizaron el
cumplimiento estricto de sus compromisos financieros.
Hasta tal punto esto es así que, en 1876, el entonces
presidente Nicolás Avellaneda, ante el riesgo de suspender pagos, lanzó un
mensaje firme a sus acreedores internacionales (tenedores de deuda pública):
La
República puede estar dividida hondamente en partidos
internos; pero no tiene sino un honor y un crédito, como sólo tiene un nombre y
una bandera, ante los pueblos extraños. Existen dos millones de argentinos que
economizarían hasta sobre su hambre y su sed para responder, en una situación
suprema, a los compromisos de nuestra fe pública en los mercados extranjeros.
Este período, caracterizado por la apertura comercial y la
libertad económica, se resume en los siguientes indicadores:
1. La población aumentó desde los 3,3 millones de personas
en 1890 hasta los 7,5 en 1913 (crecimiento medio anual del 3,5%). Casi la mitad
de este incremento se debió a la inmigración, procedente sobre todo de Europa.
2. El porcentaje de capital extranjero subió desde el 32% en
1900 hasta el 48% en 1913, como resultado de que Argentina presentaba entonces
las condiciones económicas e institucionales más favorables de toda América
Latina para la inversión foránea.
3. La acumulación de capital aumentó de media un 4,8% anual
desde 1890 hasta 1913, permitiendo que la renta per cápita avanzara a un ritmo
del 2,5% anual. El desastre de la Primera Guerra Mundial afectó, sin duda, al
desarrollo argentino, como resultado del desplome del crédito internacional y
el retroceso de la economía mundial, de forma que la acumulación de capital
decayó hasta el 2,2% anual y la renta per cápita avanzó un 0,8% entre 1913 y
1929, pero no impidió que Argentina siguiera desarrollándose hasta 1930.
4. Hasta la Primera Guerra Mundial, su renta per cápita era
similar a la de EEUU; era uno de los mayores exportadores de cereales y carne,
hasta el punto de representar casi el 7% de todo el comercio internacional;
Argentina acumulaba el 50% del PIB de toda América Latina en 1913; el sueldo
medio en Buenos Aires era hasta un 80% superior al de París, y cuando un
inmigrante desembarcaba en Argentina ganaba casi lo mismo que el que se ubicaba
en Nueva York.
5. Durante los años 20 se mantuvo como uno de los 10 países
más ricos del planeta, con una riqueza comparable e, incluso, superior al de la
mayoría de países europeos, similar al de Francia o Alemania, y mayor que
Italia o Japón; el salario promedio seguía superando al que percibían los
europeos. De hecho, durante los años 30, EEUU, Canadá, Australia y Argentina se
mantenían entre los países más ricos del mundo, con un PIB per cápita en torno
a los 5.000 dólares.
El intervencionismo de los 30, el principio del fin
Los países más desarrollados por entonces, entre ellos
Argentina, presentaban -al igual que ahora- una serie de rasgos comunes, entre
los que destaca la seguridad jurídica, un marco institucional estable y, sobre
todo, la apertura económica, un estado muy pequeño, escasas regulaciones y
estabilidad monetaria. Sin embargo, aquella economía abierta, favorable al
capitalismo, fue cediendo terreno paulatinamente al intervencionismo estatal,
el nacionalismo económico (autarquía) y, finalmente, el peronismo (socialismo)
que, de una u otra forma, preside Argentina desde los años 50.
Los años 30 son conocidos como la "década infame",
ya que se sucedieron una serie de golpes de estado que otorgaron el poder a los
militares, quienes instauraron un creciente intervencionismo económico, la
autarquía (sustituir importaciones por producción nacional) y el proteccionismo
comercial.
Además, resurgió de nuevo el mercantilismo, en donde el
Estado se apropiaba de forma arbitraria de ciertos recursos privados para
redistribuirlos entre determinados grupos de interés, favoreciendo así a las
elites más próximas al poder político en detrimento del libre mercado. Ya
entonces la explotación de hidrocarburos estaba bajo el control del Gobierno
-los recursos del subsuelo pertenecían al Estado-, y el poder político comenzó a
intervenir de forma cada vez más activa en sectores clave del país, tales como
la producción de carne y cereales.
Es decir, Argentina pasó de tener una economía abierta y un
estado pequeño, a una economía cerrada al comercio internacional y fuertemente
intervenida. A ello, se sumó el abandono del patrón oro y la adopción de
políticas keynesianas, basadas en el estímulo fiscal y monetario (más gasto
público y bajos tipos de interés), para tratar de impulsar el crecimiento en
medio de la Gran
Depresión. Aunque esto no es algo extraordinario de esa época
-muchos países optaron por políticas similares-, sí lo es el hecho de que este
tipo de prácticas se extendió y agudizó tras la Segunda Guerra
Mundial mediante la instauración del peronismo.
El peronismo, la consagración del socialismo
El militar Juan Domingo Perón logró la presidencia en 1946,
instaurando el denominado justicialismo ("justicia social") hasta
1955, junto a su mujer Eva Perón, que aún hoy es un icono en Argentina. Su
gobierno no sólo mantuvo las prácticas de los regímenes militares previos sino
que, de hecho, incrementó de forma sustancial el intervencionismo estatal en la
economía, extendió las prácticas mercantilistas e instauró su particular modelo
socialista, inspirado en el fascismo italiano de Mussolini.
Entre otros factores, destacan los siguientes, tal y como
expone José Ignacio García Hamilton, profesor de Historia de Derecho en la Universidad de Buenos
Aires:
¥ Nacionalizó
varias industrias, como los servicios de electricidad, gas, teléfono,
ferrocarriles, transporte urbano, medios de comunicación, etc.
¥ Subsidió a
grupos sindicales y empresariales próximos al poder.
¥ Disparó el gasto
público e incurrió en elevados déficits fiscales.
¥ El superávit de
la balanza de pagos acumulado durante la Segunda Guerra
Mundial (Argentina se mantuvo neutral y vendió productos a ambas bandos) no fue
suficiente para financiar las "prácticas populistas de Perón".
¥ Fue entonces
cuando recurrió a la monetización masiva de deuda a través del banco central,
generando elevada inflación.
¥ Subió los
impuestos al sector exportador, al capital y, especialmente, al sector rural, y
siguió dificultando las importaciones mediante políticas arancelarias.
¥ Introdujo
rígidos controles sobre la producción y la libre contratación de servicios y
trabajadores; fijó precios en el mercado del alquiler y suspendió los embargos
inmobiliarios.
¥ Creó el
Instituto Argentino para la
Producción y el Intercambio (IAPI), que eliminó las empresas
exportadoras privadas y fijó los precios internos de las cosechas por debajo de
los precios internacionales. Luego, el IAPI vendía esos productos en el
exterior y retenía la diferencia para aumentar el gasto público.
Como resultado, la economía argentina ya había declinado de
forma sustancial para mediados del pasado siglo XX.
Regresa la dictadura, pero no el libre mercado
Perón fue derrocado por un nuevo golpe militar en 1955, pero
ello no impidió que se mantuviesen los rasgos básicos del intervencionismo
argentino hasta la década de los 90, incluso después de la reinstauración de la
democracia en 1983. La alternancia de gobiernos autoritarios y democráticos en
el poder no cambió un ápice el modelo mercantilista y socialista que se fue
imponiendo progresivamente desde 1930.
Como resultado, el desarrollo argentino fue mucho más lento
y débil que el del resto de países avanzados durante la segunda mitad del siglo
XX. En esencia, se mantuvo un gasto público elevado; un sustancial control
estatal sobre la economía (nacionalización de industrias); el modelo de
sustitución de importaciones y, por tanto, el aislacionismo comercial; la
emisión desenfrenada de dinero (alta inflación); y un adoctrinamiento cultural
(en escuelas y universidades) centrado en el nacionalismo, que fomentaba el
mercantilismo y el odio hacia el extranjero (incluido el capital foráneo). Y
todo ello, en medio de una gran inestabilidad política.
Reformas insuficientes, corralito y kirchnerismo
Tras la reinstauración de la democracia (1983), la crisis se
agudizó hasta tal punto en la década de los 80 -con hiperinflación de por
medio- que el peronista Carlos Menem (1989-1999) intentó revertir la política
económica mediante la privatización de empresas estatales (como YPF), cierta
apertura comercial al exterior y la fijación del peso argentino al dólar
estadounidense para frenar la inflación.
Aunque el país logró crecer con fuerza durante los noventa,
las reformas fueron tímidas a la hora de revertir el socialismo de décadas
previas. Así, por ejemplo:
¥ La privatización
de empresas públicas se efectuó a dedo, privilegiando a grupos próximos al
poder y, en todo caso, limitando hasta el extremo la libre competencia mediante
una estricta regulación y fijación de tarifas en la provisión de servicios. Es
decir, el monopolio se mantuvo intacto en numerosos sectores.
¥ La apertura
comercial se limitó a tan sólo a algunos países de América Latina (englobados
en el Mercosur), de modo que el aislacionismo nacional fue sustituido por un
aislacionismo regional. Es decir, Argentina permaneció cerrada a la
globalización.
¥ El gasto público
siguió aumentando: el gasto en la provisión de servicios públicos fue
sustituido por el aumento en "gasto social" (subsidios, subvenciones,
prestaciones públicas y ayudas), a modo de clientelismo para comprar votos.
¥ De hecho, el
peso del Estado sobre la economía siguió creciendo: el déficit público pasó del
0,15% en 1994 al 2,4% en 2000, y la deuda pública del 34% en 1991 al 52% del
PIB en 1999. Como resultado, la deuda externa de Argentina -tanto comercial
como pública- aumentó de forma sustancial, encareciéndose la financiación para
el sector público y privado.
Puesto que la fijación al dólar ataba de pies y manos a su
banco central para imprimir dinero y generar inflación (reduciendo así el peso
de la deuda externa), Argentina decidió de forma unilateral declararse en
default (impago) en 2001, lo cual generó una corrida bancaria y el temido
corralito de 2002.
El también justicialista Néstor Kirchner conquistó la Presidencia en 2003,
sucediéndole en el cargo su mujer, Cristina Fernández de Kirchner, en 2007. Así
pues, el kirchnerismo va camino de su primera década, impulsando una política
económica inspirada en la etapa peronista y bajo la órbita del líder
venezolano, Hugo Chávez.
Ausencia de libertad, igual a pobreza
El país ocupa hoy una pésima posición en indicadores clave
para el desarrollo económico. Así, Argentina se sitúa en el puesto 113 del
ranking mundial en cuanto a facilidad para hacer negocios (Doing Business), que
elabora cada año el Banco Mundial, de un total de 183 economías, a la altura de
países como Etiopía, Egipto o Kenya. Destaca, sobre todo, por situarse a la
cosa en indicadores como la apertura de empresas (146), permisos de
construcción (169), registro de propiedades (139) o pago de impuestos (144).
Además, en un ranking que mide el respeto a la propiedad
privada en 130 países, Argentina se sitúa entre los 10 peores, tan sólo seguida
por Costa de Marfil, Nicaragua, Bangladesh, Nigeria, Burundi, Venezuela,
Ucrania, Angola y Libia.
Asimismo, el Índice de Calidad Institucional (ICI) sitúa a
Argentina en la posición 125 de un total de 194 países, perdiendo 32 puestos
desde 2007.
Un 62% de los países obtiene una calificación superior a
Argentina en términos de calidad institucional. En las primeras posiciones de
América Latina se encuentran Chile, Costa Rica y Uruguay; Argentina, por el
contrario, se aproxima a Nicaragua, Paraguay, Bolivia y Ecuador; las últimas
posiciones son para Cuba, Haití y Venezuela. Dentro de este índice, registra
las perores calificaciones en materia de libertad económica, funcionamiento de
los mercados, la estabilidad monetaria y seguridad jurídica.
Hace ahora un siglo, Argentina se encuadraba en el top ten
de países más ricos del mundo. Hoy se sitúa en el puesto 59 del mundo, según
los últimos datos del Fondo Monetario Internacional (FMI), a la altura de
México, Líbano o Gabón, y muy próximo a Venezuela (puesto 64). Según el Banco
Mundial, su renta per cápita, en términos de poder de compra (descontando
inflación), apenas superaba los 15.500 dólares en 2010, un 70% menos que EEUU,
un 60% inferior a Japón o Alemania y la mitad que Francia o Italia.
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