Liberación Nacional y No-Reelección (41)
Hágase
rico cazando corruptos será el lema de la contraloría social recompensada, con
la cual daremos un vuelco a la lucha contra la corrupción
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En doscientos años de vida
republicana el discurso moralista no ha servido de nada contra la corrupción.
Tenemos dos siglos de deshonestidad político-administrativa. Ha sido una
constante de nuestra historia, aún en los casos excepcionales de presidentes
honestos cuyos gobiernos fueron desprestigiados por funcionarios corruptos de
su mayor confianza. Faltaba lo que estamos viendo. Para celebrar, como es
debido, el bicentenario de la corrupción republicana está en el poder desde
hace catorce años una banda de ladrones que, con el mayor descaro y cinismo,
viene consumando el más grande saqueo al patrimonio público, enriqueciéndose en
cantidades inimaginables, de las cuales hacen alarde ante nacionales y
extranjeros sorprendidos de la magnitud del robo.
El discurso moralista no ha
prendido porque estamos en una sociedad hedonista, basada en el afán de lucro.
Salvo escasas y honrosas excepciones se busca el poder político para
enriquecerse. El que tiene poder político y no se enriquece pasa a la categoría
de “pendejo”, no de figura respetable y venerable. El que se enriquece usando
el poder político pasa a la categoría de “vivo”, festejado por admiradores que
envidian su suerte. Los “vivos” siguen siéndolo después de perdido el poder, ya
que por una ley no escrita los corruptos del gobierno anterior y los del
gobierno siguiente, forman parte de la misma sociedad de cómplices como llamó a
la venezolana un político liberal del siglo XIX. Pero incluso esa sociedad de
cómplices tuvo muros de contención moral. Todos fueron dinamitados por el
difunto, el peor y más nefasto asaltante del poder, que autorizó así el saqueo
sin medida ni límite de la República. Desde entonces se viene efectuando una
especie de continuo e interminable “caracazo” contra el patrimonio público,
donde el que entra al gobierno sale, no con media res en el hombro sino con
media hacienda pública en el bolsillo, quedando el “tírame algo” para los
rateros, que los hay también en este desvergonzado robo a manos llenas.
El “caracazo” de corrupción que
estamos padeciendo desde hace 14 años exige una respuesta eficaz y contundente,
porque de lo contrario la sociedad venezolana jamás se recuperará de la
infección de inmoralidad que se le ha transmitido desde el régimen. La
corrupción es una enfermedad infecto-contagiosa de las peores y más difíciles
de combatir. En este caso ya tiene manifestaciones purulentas. Hace pus,
evidenciando que se ha extendido por la sociedad como una septicemia. Su cura
requiere de un tratamiento enérgico. El antibiótico más poderoso para
combatirla es usar cepas de la misma bacteria que la causó: el afán de lucro.
Así como las bacterias que sirven de anticuerpos van destruyendo a las
causantes de la enfermedad, así también nos proponemos usar el afán de lucro
contra la corrupción. Es lo que llamo “cacería de corruptos.” Consiste en
premiar con la mitad del botín recuperado del ladrón al que suministre la
información cierta que permita la incautación. El que diga donde está el botín,
tiene derecho a que se le recompense con la mitad cuando se le ponga la mano.
El primer objetivo es sentar un
escarmiento, haciendo justicia. Y la mejor justicia contra un ladrón es
despojarlo del botín. Como estos han sido los más grandes ladrones que han
pasado por el gobierno de la República, debemos organizar su cacería como un
safari, que llamaremos elegantemente “contraloría social recompensada”, en la
cual haremos que participe todo el pueblo. Indudablemente que habrá piezas de
caza mayor, que son los señorones de la revolución, de cuyo rastro se
encargarán los expertos con sabuesos amaestrados para detectar cuentas
cifradas, comisiones de deuda pública, manipulación cambiaria y cuanta mascada
gruesa esté rodando por ahí. Pero no serán ellos los únicos, porque en este
safari “de mosquito para arriba todo es cacería.” A todo el que se mueve con un
fajo de billetes malhabidos hay que apuntarle.
El segundo objetivo es reducir la
corrupción a su mínima expresión en el futuro gobierno. El que vaya a robar
deberá tener presente que por cada corrupto, hay mil mirones o contralores. Y
cada mirón lo está cazando, a ver si se roba algo para dar la información y
recibir la recompensa. Entonces la “contraloría social recompensada” tendrá un
efecto disuasivo en la conducta de los funcionarios públicos. En este caso
funcionará, no como antibiótico para combatir la septicemia de inmoralidad que
nos ha infectado este régimen, sino como vacuna para prevenirla. Para que no
haya una recaída.
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