Nota: publicado en La Razón ayer domingo antes de la votación
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En 1.897 era evidente el cansancio del país, harto del
continuismo. Para capitalizar este sentimiento surgió la candidatura opositora
de José Manuel Hernández, apodado “El Mocho” por haber perdido dos dedos de la
mano derecha en un accidente. “El Mocho” Hernández hizo una campaña novedosa
que introdujo el marketing electoral en Venezuela: visitas casa por casa,
mítines, afiches, botones, envío de cartas personales. Como consecuencia de estas
novedades, la campaña electoral presidencial de 1897 fue nacional y de
participación masiva. ¿Significa que entonces había democracia? No, en
absoluto. Significa sólo que en las tiranías venezolanas siempre ha habido
elecciones. Han sido tiranías electivas.
Todo indicaba que “El Mocho” Hernández las ganaría: “su
fama como tribuno y su popularidad como hombre honrado alcanzaron niveles nunca
vistos antes en un proceso electoral” (NHV). Pero como el gobierno era el que
organizaba las elecciones, el día de la votación ocupó todas las mesas con sus
partidarios impidiendo que votasen los electores de oposición. Se consumó uno
de los fraudes más escandalosos que registra la historia nacional. ¿Qué pasó
entonces? Sucedió que Hernández denunció el fraude, deslegitimando el régimen
que quedó herido de muerte, y luego se alzó en armas, pero demasiado tarde
porque dejó pasar meses. Fue su error. A su vez la tiranía cometió otro mayor
con el fraude. Cerró definitivamente la salida electoral abriéndole el camino a
la rebelión popular que trajo a los andinos al poder. Así terminó para siempre el liberalismo
amarillo.
En 1952 había una dictadura militar que convocó a
elecciones para una Constituyente. La oposición estaba dividida. Los partidos
ilegales, AD y PCV, eran partidarios de la abstención. Los partidos legales,
URD y COPEI, decidieron participar. Entre las razones para esta decisión estaba
en que se les había reconocido representantes en el Consejo Supremo
Electoral, el cual incluía además
independientes honorables. Así, pues, la oposición legal decidió participar. A
pesar del ventajismo de la dictadura, sus candidatos lograron conmover al
pueblo y ponerlo en pie de lucha por el restablecimiento de la democracia. Tres
días antes de la elección, el 27 de noviembre, URD efectuó el mitin de cierre
de campaña en el Nuevo Circo de Caracas, con una asistencia que rebasó las
expectativas de los convocantes, considerándose la más grande concentración
popular que se había visto en Venezuela. Llegado el día de la votación se hizo evidente la concurrencia masiva, lo
que indicaba que adecos y comunistas habían desobedecido el llamado a la
abstención. Este hecho fue interpretada por la tiranía como adhesión a ella. La
sorprendió el primer boletín que le daba una victoria aplastante a URD. Como
los miembros del CSE se negaron a cambiar el resultado, para favorecer al
gobierno, fueron obligados a renunciar. Sustituidos 10 de los 15 por fieles a
la dictadura el fraude se consumó, desconociéndose la voluntad popular.
Todo el país sabía que URD había ganado y que se había
consumado en su contra un fraude mayúsculo. En estas circunstancias le tocaba a
Jóvito Villalba escoger el camino a seguir. Decidió, no alzarse como “El Mocho”
Hernández ni llamar a la rebelión, sino aceptar de buena fe la invitación al diálogo
que le hizo la tiranía, pensando que dándole garantías a sus jerarcas
entregarían el poder. Cayó en la trampa. Lo esperaron en el sitio indicado, lo
aprehendieron junto con sus acompañantes, lo montaron en un avión y lo
expulsaron del país. Creer en la sinceridad del tirano fue la perdición de
Jóvito, que le costó el cargo para el cual estaba predestinado. Nunca sería
presidente de la República. Al contrario, lo harían víctima de una calumnia,
inventada sin duda por sus enemigos, que lo marcó injustamente a él, un
político idealista y romántico, desprendido de lo material, el mejor tribuno de
la democracia y uno de los más cultos.
Al
rendirle tributo a esos dos gigantes de la política venezolana, José Manuel Hernández
del siglo XIX y Jóvito Villalba del siglo XX, que no llegaron a la presidencia
para la cual estaban predestinados, meditemos sobre donde estuvo su error
después de haber obtenido la victoria electoral contra la tiranía, la que como
siempre recurrió al fraude.
Esta reflexión es excelente, porque al recordarnos que la historia siempre puede repetirse para dar al traste con los planes de las tiranías, al mismo tiempo le ofrece perspectiva y esperanza a tanta gente que hoy está muy abatida espiritualmente.
ResponderEliminarMuchas gracias por ello.
Un cordial saludo.
Hermann Alvino