Compatriotas: No hay otra opción para salir de abajo que el cambio radical y profundo que nos inserte en la sociedad del conocimiento, o tercera ola, adecuando el sistema político-económico a la realidad de un mundo distinto, el de un capitalismo globalizado inmerso en una revolución tecnológica. Romper con este presente desastroso y el pasado que lo engendró es absolutamente necesario para ascender al primer mundo.
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En 1.989 el mundo cambió. Cayó el muro de Berlín y desapareció el imperio soviético. El comunismo fue derrotado políticamente por la democracia y económicamente por el capitalismo. Se inició el fenómeno de la globalización, en cuyo desarrollo el capitalismo ha ido transformándose. Se inició la transición a la sociedad del conocimiento sustentada en la tecnología de la información. Es la tercera ola que “sustituye los factores tradicionales (tierra, mano de obra y capital) por el conocimiento cada vez más refinado” (Tofler). El conocimiento será el petróleo de la nueva sociedad.
Coincidencialmente aquel año 1.989 estalló en Venezuela la crisis, por agotamiento, del sistema político-económico que venía rigiendo desde 1.958. Estalló el “caracazo”, que fue el preaviso del colapso, tanto de la oligarquía política en que habían degenerado los partidos, como del capitalismo de Estado con su secuela de demagogia, corrupción e ineficacia. Vicios todos que se engloban en la palabra “populismo”. A continuación hubo los levantamientos militares del 92, fracasados a pesar de su popularidad, después de los cuales el bipartidismo AD-COPEI se hizo insostenible. El golpe de gracia se lo dio el derrumbe del sistema financiero, comenzando por el Banco Latino que era el emblemático de una burguesía financiera enriquecida a la sombra del gobierno por la bonanza petrolera, cuyas figuras más representativas fueron los “Doce Apóstoles”. El sistema no daba más. Estaba exhausto.
El único de los políticos que entendió la profundidad de la crisis fue Caldera. Rompió con su partido y así pudo presentarse como el abanderado de un cambio radical y profundo. Con estas palabras resumió su promesa, que interpretó el sentimiento mayoritario de los venezolanos. Lo eligieron para que la hiciese realidad, pero llegado al poder no la cumplió. No cambió nada. Ni el sistema político ni el sistema económico, a pesar del reclamo que se le hizo desde adentro. Se limitó a sobrevivir, cayendo en el inmovilismo. Había hecho el diagnóstico correcto durante la campaña, pero no aplicó desde el gobierno el tratamiento adecuado. Fueron cinco años de agonía de un sistema ya moribundo. Por ello terminó su mandato con el país sumido en una gran decepción.
La decepción nos trajo a El Tirano. Tomó la bandera del cambio radical y profundo de donde yacía abandonada. Y sacudió al país inmerso en un clima de arrechera colectiva contra los políticos y la burguesía financiera. Ganó y al jurar el cargo dijo que la Constitución estaba moribunda. No era la Constitución. Era el sistema político-económico. Pero se dirigió contra ella porque su propósito, como quedó claro después, no era modernizar al país insertándolo en la tercera ola de la sociedad tecnológica o del conocimiento, que emergía de la globalización capitalista, sino hacerlo retroceder a los años anteriores a 1.989, exhumando el cadáver del comunismo que ya estaba putrefacto. Diez años después de enterrado el comunismo El Tirano lo sacó de la tumba para abrazarse apasionadamente a él en un asombroso acto de necrofilia ideológica, que ha puesto al país en un estado de descomposición general. Un sistema político putrefacto, una economía putrefacta y una sociedad putrefacta sumida en la degeneración moral. Doce años abrazado a un cadáver ha hecho que el país sea un pudridero.
Estamos viviendo en un mundo ya desaparecido: el del comunismo. Hemos retrocedido a un tiempo tan lejano del cual habíamos perdido la memoria: el del colonialismo. Somos un país excéntrico: una colonia comunista de Cuba en pleno siglo XXI, pasados doscientos años del fin del colonialismo en América y veintidós del fin del comunismo. No hay nada más excéntrico. Es como para exhibirnos en un museo de antigüedades.
Sacarnos de allí, del museo de antigüedades, y montarnos en la tercera ola, o sociedad del conocimiento, es la tarea que tenemos por delante. Para ejecutarla debemos hacer el cambio radical y profundo que nos prometimos hace ya casi veinte años. Para hacerlo tenemos que romper con este presente y con el pasado que lo engendró. Necesitamos avanzar a marcha forzada, lo que sólo podremos hacer asumiendo el cambio como radical y profundo, por lo cual no caben conciliación, ni evolución. Sólo procede la ruptura.
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