El presidente de la Asamblea Nacional, en su intervención ante Maduro, con motivo del Mensaje Anual, dijo: “no hay golpes buenos”, refiriéndose a los Golpes de Estado. Presumo que lo hizo para prevenirse de los ataques que de todos modos le ha hecho Maduro en los días siguientes. Excuso sus palabras por la evidente intención de “curarse en salud.” Pero nadie, y mucho menos un adeco, puede afirmar que “no hay golpes buenos”, porque es falso.
Aclaremos primero que los venezolanos llamamos simplemente “golpe” al Golpe de Estado, que es la toma del poder político, concretamente la presidencia, vulnerando las normas constitucionales vigentes. Pero dentro de este concepto general de “golpe” cabe distinguir entre el golpe militar o rebelión exclusivamente militar y la rebelión cívico-militar. Todos los golpes militares, incluyendo el de Chávez en 1992, han sido “golpes malos” porque han tenido por finalidad instaurar una dictadura. En cambio, todas las rebeliones cívico-militares han sido “golpes buenos”, porque han tenido por finalidad instaurar o restablecer la democracia.
El primer “golpe bueno” fue la rebelión cívico-militar de 1945. Lo planearon los militares jóvenes que estaban contra de sus superiores desactualizados en materia militar, la que se había revolucionado en las dos guerras mundiales. Estos generales “chopo e`piedra”, como los llamaban por el armamento anticuado que usaron en las guerras civiles, ejercían los mandos superiores por su identificación política con el gomecismo y sus herederos en el poder (López y Medina). Esos generales politiqueros y retardatarios eran un obstáculo para la modernización de la FAN y, por consiguiente, para el ascenso de los jóvenes oficiales en base a su mejoramiento profesional. Consciente la juventud militar de que el país estaba cansado de ver militares como presidentes, gobernadores y jefes civiles, abusando del poder como politiqueros corruptos, creyeron conveniente ceder los cargos civiles a los civiles dedicándose los militares a su actividad profesional. Constataron que efectivamente había civiles que luchaban por un cambio radical y profundo de gobierno y del sistema, que pusiera fin al dominio de los que venían gobernando ininterrumpidamente desde 1899 hasta constituirse en una oligarquía pétrea que se eternizaba en el poder. Integraban esos políticos de oposición un partido minoritario pero radical denominado AD. Invitaron entonces a sus máximos dirigentes a sumarse al movimiento conspirativo. Y ellos aceptaron. Así lo que lo que iba a hacer un golpe militar (un “golpe malo”) se transformó en una rebelión cívico-militar (un “golpe bueno”) que estalló el 18 de octubre de 1945. Civiles y militares asumieron el poder constituyéndose en Junta Revolucionaria de Gobierno, de composición cívico-militar, presidida por un civil, Rómulo Betancourt, líder máximo de AD, que compartía la cuota civil con los adecos Raúl Leoni, Luis Beltrán Prieto y Gonzalo Barrios. A ellos se sumó aceptando el cargo de Procurador General de la Nación, Rafael Caldera, después fundador de Copei en 1946 y su máximo líder.
Por este motivo no pueden los adecos, ni tampoco los copeyanos, decir que no hay “golpes buenos.” Sería abjurar de su partido y de sus líderes fundadores. Sería renegar de su historia y su pasado. Es a consecuencia del “golpe bueno” de 1945 que AD se transformó de partido minoritario de cuadros a partido mayoritario de masas. Y se crearon las condiciones favorables para la fundación de COPEI y su conversión también en partido de masas.
El “golpe bueno” de 1945 produjo un cambio radical y profundo en todos los órdenes del país, a pesar del sectarismo adeco que fue su perdición. Democratizó a Venezuela implantando la elección directa, universal y secreta, así como el voto de las mujeres, y echó las bases del Estado Social y Democrático de Derecho. Aquel “golpe bueno” sembró la democracia en el corazón del pueblo, lo que cosecharon después AD y COPEI durante 40 años (1958-1998).
REFLEXIONES 75 04-02-16
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