Se lo cometió en 1976 cuando al “presidente imperial” se lo hizo legalmente
dueño del petróleo y así dueño del país. Era demasiado tentador el botín para
los asaltantes del poder y saqueadores del Tesoro Nacional.
-------------------------------------------------------------------------
Al error de mantener la presidencia imperial (Jefe de
Estado, Jefe de Gobierno, Jefe del partido de gobierno y Comandante en Jefe de
la FAN, en una sola persona) y de conservar la reelección (disimulo
constitucional del continuismo), que había sido la forma de gobierno del
caudillismo militar, se le añadió el más grande de todos los disparates: hacer
legalmente dueño del país al Presidente de la República. Demasiada tentación
para un militar ambicioso, además infiltrado de Cuba, y su banda de asaltantes
y saqueadores. Veamos cómo se torció el rumbo de nuestra historia.
El Rey de España era el dueño de todo cuanto había en
el subsuelo. Independizada Venezuela le sucedió la República en esta propiedad
que sólo adquirió importancia cuando se descubrió el petróleo a principios del
siglo XX. Entonces el general Gómez, en ejercicio de la presidencia imperial
como corresponde a un caudillo militar, otorgó graciosamente a sus amigos las
concesiones para explotarlo. La finalidad del otorgamiento era obvia: ganarse
un dineral cada uno de ellos traspasando la concesión a una compañía extranjera.
Fue lo que hicieron. Con este antecedente quedó claro que el presidente
imperial no puede ser el dueño del petróleo.
Estaba en aumento la producción petrolera cuando el
general Medina decidió aprovechar la necesidad de combustible de los aliados
por la guerra mundial y negoció en 1943 la primera Ley de Hidrocarburos, que contenía
una disposición transcendental: las concesiones durarían 40 años y, en
consecuencia, se revertirían en 1983, pasando entonces a propiedad de
Venezuela, que se haría dueña de toda la industria petrolera sin pago de
indemnización.
Posteriormente la Junta Revolucionaria de Gobierno,
que llegó al poder por la rebelión cívico-militar de 1945, dispuso por
decreto-ley que las empresas petroleras extranjeras debían compartir de por
mitad (50%-50%) con la República las utilidades o ganancias que obtuvieran por
la explotación de petróleo venezolano. Las petroleras hacían la inversión,
corriendo los riesgos del negocio, mientras la República se dedicaba a cobrar
sin poner un centavo. Este sistema, que se conoció como “fifty-fifty” se
mantuvo durante la dictadura militar (1948-1958). En el interinato que siguió a
su derrocamiento por una rebelión cívico-militar (1958), la junta de gobierno
decretó el aumento, del 50% al 60%, de la participación de la República en las
ganancias de las petroleras extranjeras. Posteriormente Leoni dispuso en 1966
que, para evitar la manipulación a la baja de los precios del petróleo, la
República fijaría unilateralmente el que serviría de base a la participación
fiscal.
Con este sistema de explotación de la riqueza
petrolera Venezuela vivió, desde 1943, una etapa de prosperidad creciente. Al
ascenso económico (éramos el país de América Latina de mayor crecimiento) se le
agregó, a partir de 1958, la democracia que nunca habíamos tenido. Los
venezolanos nos sentíamos optimistas, con un futuro de ascenso constante. Nadie
se iba del país, muchos venían. Parecía que, por fin, habíamos enterrado los
fantasmas del pasado, los causantes de la cadena de fracasos desde la independencia.
Estábamos equivocados. La bestia negra de la tiranía acechaba emboscada detrás
de la presidencia imperial, mantenida por un error de consecuencias trágicas
para la democracia.
Vino el más grande de todos los disparates. En 1976 los
políticos hicieron dueño del petróleo al presidente imperial con la
nacionalización de la industria petrolera. El presidente imperial, al ser dueño
del petróleo porque quita y pone la directiva de la empresa petrolera y puede hacer
lo que le viene en gana con la industria, se hizo dueño del país. Entonces la
bestia negra de la tiranía, que estaba agazapada, mostró sus fauces. Ninguno de
los caudillos militares anteriores tuvo en sus manos un botín tan grande. Era
demasiada tentación para los saqueadores. Este disparate reforzó el atractivo
del poder para ellos y así nos trajo la tiranía de los peores, el fin de la
democracia y la destrucción de Venezuela, que no es hoy ni la sombra del
pasado. Hacer dueño de la industria petrolera al Presidente de la República, y
de este modo hacerlo dueño del país, ha sido el mayor disparate de nuestra
historia de dos siglos de fracasos.
Aprendamos la lección: si queremos democracia tenemos
que acabar con la presidencia imperial y despojar al gobernante de la propiedad
del petróleo, que lo hace dueño del país.
Liberación Nacional y No-Reelección (96)
No hay comentarios:
Publicar un comentario