Hacer dueño del petróleo al presidente imperial fue igual que entregarle una hojilla a un mono. Este barbarazo acabó con todo: industria, economía, moneda, democracia y hasta el país. Un verdadero desastre.
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Hasta 1975 Venezuela iba en ascenso. Los venezolanos vivíamos bien y cada vez mejor. Y, sobre todo, en democracia. Entonces vino la mala hora de cometer el más grande de todos los disparates: hacer dueño del petróleo al presidente imperial. Mantener el sistema presidencial en la Constitución del 61 ya fue un error gravísimo, porque era mantener la forma de gobierno propia del caudillismo militar, pero darle las llaves del reino, que es la industria petrolera, equivalía a entregarle hojillas a un mono. Y se las entregaron. Durante casi 40 años, y sin descanso, este barbarazo acabó con todo, hasta con el país que ya no es nuestro sino de Cuba.
Al comienzo del siglo XX Venezuela estaba, como ahora, arruinada y endeudada. Así la habían dejado las sucesivas dictaduras de los liberales amarillos. Fue Gómez el que puso orden y echó las bases para el desarrollo económico. Impuso disciplina fiscal con la unidad del Tesoro (adonde van todos los ingresos) y con el equilibrio presupuestario (el límite del gasto público lo determinan los ingresos). Nada de déficit fiscal y nada de endeudamiento. Arroparse hasta donde llega la cobija. Nada de montar empresas públicas, ni de comprar privadas, que eso es asunto de empresarios. Un país austero y solvente, sin deudas, con estabilidad de moneda y precios, por consiguiente sin inflación. Hizo un buen trabajo pero lo cobró demasiado caro: 27 años de tiranía cruel. Su receta político-económica (tiranía+austeridad), para reorganizar el país y sacarlo de la ruina, fue copiada 40 años después por Pinochet en Chile. Y no se puede negar que ambos lograron su objetivo, poniendo a sus países en la rampa de despegue del crecimiento económico.
El recetario económico de Gómez (austeridad y disciplina fiscal) fue seguido, con algunos ajustes de política social, por todos los gobiernos que le sucedieron desde 1936 hasta 1974, los cuales invirtieron sensatamente la creciente renta petrolera en la modernización del país. Fue la mejor etapa de la historia de Venezuela, cuando llegó a ser modelo de prosperidad creciente en América Latina. Pero en 1975 nos vino la desgracia: el alza del petróleo (de 5 dólares hasta 40) provocó la locura colectiva. Los políticos perdieron la cabeza y con la nacionalización hicieron dueño del petróleo al presidente imperial. Pocos vieron el peligro, porque toda Venezuela parecía la película “La Fiesta Inolvidable” de Peter Sellers (véanla los que no vivieron la época para que se enteren). Fueron los años de nuestra “belle epoque”, de botar por la ventana no la casa sino el país. Y efectivamente al país lo botaron por la ventana uniendo: 1) Gasto público desmedido para el derroche; 2) Endeudamiento masivo con empréstitos injustificados contratados al por mayor para la construcción de la Gran Venezuela; 3) Importaciones a gran escala en una “agricultura de puertos.” 4) Capitalismo de Estado: el gobierno dueño de petróleo, hierro, aluminio y de centenares de empresas, comprando todo, expropiando todo. A esta política económica disparatada, una insensatez mayúscula, Pérez Alfonzo la llamó PLAN DE DESTRUCCIÓN NACIONAL. La historia le dio la razón. En el 83 comenzó la devaluación interminable de la moneda que 30 años más tarde sería basura. En el 84 la desordenada deuda pública (ni siquiera sabían su monto) se hacía impagable y la fuga de capitales indetenible, forzando el control de cambio. En el 89 explotó con el Caracazo el descontento por la inflación y el fin de fiesta con el macroajuste. En el 94 estalló el sistema financiero. Íbamos cuesta abajo en la rodada, perdidas las ilusiones pasadas. Entonces en el 98 el pueblo eligió al que iba a componer esto. Se antojó de un militar al que creía otro Gómez, deduciendo erróneamente de su ejemplo que orden y disciplina son incompatibles con la democracia. Resultó ser el barbarazo que terminó de acabar con todo: economía, moneda, democracia, ejército, educación, sanidad, y hasta el país, que ya no es nuestro sino de Cuba. Y toda esta inmensa desgracia que ya va a cumplir 40 años (1975-2015), el remate de dos siglos de fracasos acumulados, nos ha sucedido porque no conformes con los errores que se venían arrastrando del pasado se cometió el más grande de todos los disparates que fue regalarle una hojilla a un mono.
Aprendamos la lección: Ya no basta con quitarle la hojilla al mono. Hay que sustituir la nefasta presidencia imperial por la república parlamentaria.
LIBERACIÓN NACIONAL Y NO-REELECCIÓN (98)
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