Compatriotas: la reelección de los gobernantes ha sido una maldición para el pueblo venezolano, porque de ella se han derivado las tiranías y las oligarquías que acaparan puestos y contratos, causando la frustración de generaciones valiosas que han optado por emigrar. La prueba está a la vista con El Tirano. Neguemos nuestro apoyo y nuestro voto a los candidatos reeleccionistas, así se pongan la piel de cordero declarándose demócratas. Pongamos una línea divisoria entre ellos y nosotros, declarándonos en campaña contra la reelección.
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Los padres fundadores de la patria vieron el peligro de la reelección en un país colonizado por una monarquía, acostumbrado por ello a los gobernantes vitalicios. Pensaron, con razón, que sería entronizar reyezuelos. Por ello establecieron la no-reelección en la Constitución de 1811. Su prevención llegó a tanto, que crearon un ejecutivo colegiado con un presidente rotatorio. Por desgracia, vino la guerra. Y acabó con este ensayo. Pero quedó sembrada la idea. Cuando Bolívar se declaró dictador, al final de su carrera, pretendiendo perpetuarse en el cargo, surgió un movimiento en contra suya que determinó su caída y motivó que se llegara al extremo de negarle el ingreso al país.
Consciente Páez del rechazo a la reelección, fomentado por la clase dirigente, estableció la no-reelección inmediata en la Constitución de 1830. Era desde entonces una regla fundamental de nuestro sistema político, mantenida durante 168 años aunque con tres paréntesis que se consideraban aberraciones. Fueron las constituciones hechas aprobar por Monagas, Gómez y Pérez Jiménez, que consagraron la reelección indefinida. A la muerte de Gómez, el rechazo a esta fórmula extraña a nuestra tradición constitucional hizo que su sucesor López Contreras, en un gesto raro que lo enaltece, tomara una decisión histórica: restablecer la no-reelección inmediata y recortar su período de gobierno de siete a cinco años. Lo que asombra más de esta decisión es que la tomó un militar, todo un señor general en jefe, probado en la guerra y en la paz. Y que la haya acatado su sucesor, el general Medina Angarita, que no pretendió perpetuarse en el poder; por el contrario, propuso a un civil para el período inmediato siguiente. Derrocado su gobierno por una rebelión cívico-militar, asumió una junta presidida por Betancourt. Esta junta, respetuosa de la tradición constitucional, prohibió la reelección de sus miembros y mantuvo la no-reelección inmediata en la Constitución de 1947. Para valorar esta decisión debe tomarse en cuenta que todos estos señores eran tan jóvenes que Betancourt sólo tenía 38 años y estaba gobernando con poderes plenos. Debería servir de ejemplo a los pretendientes de ahora.
En el derrocamiento de Pérez Jiménez (1958) influyó el hacerse reelegir valiéndose de un plebiscito amañado. Convocadas elecciones libres, resultó electo Betancourt. Y bajo su gobierno se aprobó la Constitución del 61 que descartó la no-reelección absoluta propuesta por Uslar Pietri, pero por lo menos restableció la tradición constitucional de la no-reelección inmediata. Así se mantuvo hasta 1989, cuando se acordó algo de consecuencias funestas para la democracia. Fue, no la elección de gobernadores, lo que está muy bien, sino su reelección inmediata, violando el principio de la alternabilidad en el poder tal como estaba concebido e interpretado desde la primera Constitución. Vino el retroceso institucional. Alcaldes y gobernadores se encargaron de hacer cambiar la mentalidad anti-reeleccionista del pueblo venezolano para justificar su ambición de poder y su perpetuación en el cargo. Le hicieron así el trabajo a El Tirano que tenemos, quien la aprovechó estableciendo la reelección, primero como inmediata y luego como indefinida al estilo de Monagas, Gómez y Pérez Jiménez. El Tirano premió, por el trabajo de ablandamiento de la conciencia institucional del pueblo, a gobernadores y alcaldes extendiéndoles a su favor esta aberración. Ahora el que llega a un puesto se queda ahí hasta la muerte. Sólo Dios nos libra de él.
Ha llegado el momento de trazar una línea divisoria entre reeleccionistas, o falsos demócratas, y no-reeleccionistas, o verdaderos demócratas. En este sentido respaldo la iniciativa de Antonio Ledezma, el único que se ha pronunciado contra la reelección presidencial. Pero voy más allá: los anti-reeleccionistas debemos declararnos en campaña a favor de la no-reelección, exigiendo que todo candidato, que se diga demócrata, se comprometa a la reforma de la Constitución para restablecer la no-reelección y, en todo caso, jure ante el país, mediante documento notariado, que no pretenderá la reelección así lo permita la Constitución vigente para el momento.
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