Después de dos siglos de historia republicana debemos concluir que el sistema de gobierno presidencial venezolano es incompatible con la democracia. No sustituirlo fue el error de la llamada República Civil (1958-1998), cuya consecuencia ha sido el desastre que vivimos: la culminación del fracaso político nacional en una narcotiranía comunista de la delincuencia organizada sirviendo de gobierno títere a Cuba. Algo inimaginable que se ha hecho realidad porque árbol que nace torcido nunca sus ramas endereza y con el tiempo se pudre de raíz. Hay, pues, que sustituirlo para que las generaciones futuras no sufran la misma desgracia que sufrieron las generaciones pasadas y la peor de todas: la que sufre la generación presente.
En Venezuela el sistema de gobierno presidencial es incompatible con la democracia porque fue diseñado para jefes militares. Durante la guerra de independencia el cargo de Presidente de República se estableció como unipersonal (eliminándose el triunvirato civil instituido por la Constitución de 1811), reservándose en propiedad al Jefe Supremo o Comandante en Jefe de las fuerzas militares, quien por serlo concentraba además la Jefatura del Estado y la Jefatura del Gobierno.
Terminada la contienda la Presidencia de la República quedó reservada a un jefe militar. No podía ser de otro modo como se lo hizo ver Carujo al doctor Vargas. En el período siguiente Páez dio por terminado el ensayo y puso al general Soublette. Porque efectivamente el sistema de gobierno presidencial de Venezuela es militarista. Y, por consiguiente, el apropiado para la tiranía por la concentración de poder sin frenos ni contrapesos. Cuando no ha habido tiranía se ha debido a la convición democrática del presidente, pero no al funcionamiento institucional del sistema mismo. Lo hemos podido comprobar desde hace 24 años.
Con acierto Bolívar dijo que Venezuela es un cuartel. Si aplicamos su definición al sistema presidencial de gobierno podemos decir que es “cuartelero.” No tenemos que remontarnos en la historia para constatarlo. Chávez nos lo mostró cabalmente. Y Maduro, a pesar de su origen civil, nos lo recuerda a cada momento por su despotismo y su estilo cuartelero, propio de un sargento.
Reconoce su carencia disfrazándose de Comandante en Jefe, con un uniforme de encargo. Y enseña la historia que no hay mayor déspota que un civil disfrazado de jefe militar.
Todo se debe al origen bastardo del sistema presidencial en Venezuela que generó la inversión del orden de las funciones. Desde el principio la de Comandante Supremo o Comandante en Jefe precedió a las de Jefe del Estado y Jefe del Gobierno, que han sido sus derivados. Aquella función calificaba para éstas últimas. Y no al revés, como debe ser en una democracia. La inversión de estas funciones en la realidad se debe al origen bastardo del sistema presidencial venezolano. Ejemplo de esta inversión de valores fue Guzmán, quien por razones de conveniencia prefirió usar el grado de General ganado en la guerra civil antes que el título de Doctor en Ciencias Políticas y Sociales ganado en la UCV.
Si Venezuela ha sido y sigue siendo un cuartel, tal como lo dijo Bolívar con acierto, se explica que el sistema presidencial sea cuartelero y, por consiguiente, el apropiado para la tiranía e incompatible con la democracia. Habrá, pues, que sustituirlo haciendo un cambio político, radical y profundo cuando salgamos de Maduro y recuperemos la libertad, porque sólo con este cambio radical tendremos por fin una verdadera democracia estable y duradera. Para lograr este cambio radical tenemos que organizar a la sociedad civil como EJÉRCITO CIVIL que sea contrapeso del Ejército Militar, convertido creado por Gómez para servirle de sostén a la tiranía y convertido por Chávez en partido político para convalidar su traición a la patria ante Cuba y en el Esequibo.
No sólo es posible, sino absolutamente necesario organizarnos como EJÉRCITO CIVIL para ponerle fin a la tradición de tiranías militares, directas o encubiertas con un civil de payaso.
petitdacosta@gmail.com
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