Para 1998 todos los países cristianos de Europa se habían liberado del comunismo. Fue una gran victoria del Vaticano, que demostró el acierto estratégico de elegir un Papa polaco, el primero de la historia (Juan Pablo II), quien había vivido bajo el comunismo y, en consecuencia, lo conocía perfectamente, así como la idiosincrasia de los eslavos de la Europa Central y Oriental como él. Liberada Europa del comunismo, quedaba un solo país cristiano con gobierno comunista. Era Cuba en América.
En 1998 Cuba se hundía en el colapso total, perdido su sostén que fue la Unión Soviética. Se esperaba la implosión del sistema político-económico como sucedió con el imperio soviético. Y que surgiera un Gorbachov que iniciara la apertura, ya que no había una oposición con la fortaleza que tuvo el Sindicato Solidaridad en Polonia comunista. De allí la exhortación de Juan Pablo II a la apertura o transición político-económica: “Que Cuba se abra al mundo y el mundo se abra a Cuba”.
Lo que se esperaba no ocurrió especialmente por dos motivos:
I) Un agente cubano asumió la presidencia de Venezuela y puso la renta petrolera al servicio de Cuba, no sólo para evitar su implosión, como en efecto la impidió, sino para financiar la expansión del comunismo en América.
II) El comunismo mutó en América. El laboratorio para la mutación fue Venezuela. Consistió en el cambio del modelo soviético por otro autóctono, simulador de democracia, cuyo ensayo estuvo a cargo del agente cubano infiltrado en la FAN que había llegado a la presidencia, quien lo ejecutó así: 1) Llegar al poder por elecciones; 2) Demoler las instituciones democráticas con una Constituyente (forma sofisticada del golpe de Estado); 3) Simular que sigue habiendo democracia, valiéndose de una oposición de comparsa, adaptación tropical del colaboracionismo francés en la II Guerra Mundial; 4) Convertir a la FAN, desde adentro, en Ejército Rojo; 5) Ceder espontáneamente la soberanía a Cuba, transformándose el gobierno en títere; y, 6) Bajo la dirección de Cuba (el Moscú de América, a la cabeza del nuevo Komintern o Foro de Sao Paulo-Internacional Comunista de América), ir implantando progresivamente el comunismo como doctrina de Estado y como sistema económico en cada uno de los países cristianos de América, comenzando por Venezuela.
El Vaticano fue confundido por esta mutación. Juan Pablo II evaluaba los sistemas político-económicos por su experiencia europea en el modelo soviético. Y lo que sucedía en América no le parecía comunismo, porque no encajaba en lo que había vivido. Por eso no atendió las advertencias que le hicieron dos cardenales venezolanos: Castillo Lara y Velasco. No entendió nunca que el comunismo había mutado en América. A este error de apreciación suyo, junto con el cometido por Estados Unidos, se debe que el comunismo se haya expandido en América sin contrapeso internacional cuando había sido derrotado en Europa. En cambio, Castillo Lara y Velasco sí estuvieron claros desde el principio. Eran venezolanos y por su mentalidad latinoamericana vieron la trampa comunista. Angustiados por la experiencia europea, donde el imperio soviético duró muchos años (73 desde la toma del poder en Rusia y 45 desde el fin de la Segunda Guerra Mundial), consideraron que al comunismo había combatirlo en su inicio antes de que se expandiera. Eso explica sus sermones y sobre todo sus actitudes, incluyendo su apoyo a la rebelión popular de 2002. Para desgracia de Venezuela y del Vaticano ambos murieron muy temprano. Han hecho mucha falta. Y más aún ahora cuando el Vaticano ha rectificado su política en América.
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