lunes, 20 de octubre de 2014

Un fracaso llamado Venezuela (V): la peste reeleccionista.

La reelección de presidentes, gobernadores y alcaldes se convirtió en peste reeleccionista, la cual acabó con el anticuerpo social contra las tiranías. Sólo hay una vacuna efectiva: la no-reelección absoluta, cuya eficacia se ha probado en México.
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Tenemos dos tareas. La primera, salir de esta pesadilla, adelanto del apocalipsis hasta por sus jinetes (traición, tiranía, saqueo, comunismo, militarismo, ruina y malandraje).  La segunda, evitar la recaída para que los hijos de nuestros hijos y los nietos de nuestros nietos no vivan lo que nosotros hemos vivido y estamos viviendo. Con este fin debemos analizar porqué Venezuela ha sido un fracaso, un inmenso fracaso, una suma de dos siglos de fracasos que ha culminado en el fracaso total (político, económico, social, cultural). Pero no para lamentarnos como lo hicieron las generaciones anteriores. Y mucho menos para irnos al extranjero, renegando de nuestro país que es lo mismo que renegar de nuestra familia. No para decirnos como lo hizo el poeta eximio, Andrés Eloy Blanco, transido de dolor en el exilio, que al no encontrarle explicación a la desgracia venezolana exclamó que algo había en la placenta del país para tanto infortunio, por el cual siempre el hijo grande muere afuera, desterrado o excluido, mientras el hijo vil se eterniza dentro, con las manos ensangrentadas, ahíto de poder y dinero. Definitivamente nuestro mal no está en la placenta, ni en la del país ni en la nuestra, sino en que nuestros políticos no se han elevado a la categoría de estadistas. Los venezolanos buenos son más, muchos más que los malos. Los venezolanos buenos no son extraterrestres, personas anormales y extrañas a la realidad. Revisando nuestro entorno familiar y social podemos constatar de que lo común son los venezolanos buenos y que lo anormal son los venezolanos malos. Entonces no cabe determinismo alguno que nos condene al fracaso.
Lo que nos ha condenado al fracaso es el error de diseño institucional. Enseña la vida que insistir en el error conduce al fracaso. Fue lo que hicieron los líderes políticos que asumieron la conducción del país a partir de 1958. Su error estuvo en mantener la presidencia imperial, que durante siglo y medio había sido la forma de gobierno del caudillismo militar, y tener la pretensión de convertirla en la forma de gobierno del caudillismo civil, en lugar de ensayar algo distinto como el sistema parlamentario. Desde luego, el parlamentario no se ajusta a la personalidad autoritaria, propia tanto del caudillismo militar como del civil.
La presidencia imperial es la forma de gobierno adecuada para el caudillismo militar. Lo probaban siglo y medio de historia. Mantenerlo, para que sirviese al caudillismo civil, era un riesgo muy grande, no sólo de regreso al pasado, sino de rechazo al implante causando inestabilidad política, por lo cual había que tomar precauciones. Viniendo la mayoría de los políticos de su exilio en México cabía esperar que hicieran algo semejante a lo que hicieron los mexicanos para ponerle fin al caudillismo, causa de las tirans usado el cerebroías. La receta de México era una vacuna contra el caudillismo y la tiranía que les ha resultado un éxito. Se llama “no-reelección absoluta.” Seis años en el poder y luego a su casa, retirado de la política. Tan efectiva ha sido la vacuna que México va a cumplir un siglo de democracia y paz. Y no sólo eso, desde 1940 no ha habido un presidente militar. El último fue el General Lázaro Cárdenas, que a pesar de su inmensa popularidad no pretendió modificar la Constitución para quedarse. Aparte de que los mexicanos no lo habrían permitido, porque ya la no-reelección forma parte de su idiosincracia.
Los líderes políticos de los pasados 40 años optaron por la peor alternativa. En la Constitución del 61 establecieron la reelección diferida con 10 años de por medio, durante los cuales el presidente saliente seguía activo en la política como senador vitalicio. Esto fue mortal para los partidos y para la institucionalidad democrática. Su consecuencia: la debilidad de la democracia para sostenerse en medio de crisis políticas sucesivas. Para rematarla se estableció la reelección inmediata de los gobernadores y alcaldes, propagándose la peste del reeleccionismo, que eliminó todos los anticuerpos sociales contra las dictaduras.  
La reelección en todas sus modalidades (inmediata, diferida e indefinida) ha sido en Venezuela una peste política, causante de dos siglos de fracasos. Al contagiarse presidentes, gobernadores y alcaldes de esta peste e infectar a la sociedad, acabaron con las defensas de la democracia, abriéndole las puertas a la tiranía. Aprendamos la lección. Para tener democracia hay que exterminar a la peste reeleccionista poniéndonos la vacuna patentada por los mexicanos: la no-reelección absoluta.

Liberación Nacional y No-Reelección (94)

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