miércoles, 6 de marzo de 2019

LA CORRUPCIÓN ES UN SUPER-PODER CONVERTIDO EN TIRANÍA



Un gran político ya en la vejez me dijo un día: “La experiencia es lo más inútil en la vida, por lo menos en Venezuela, porque cuando la tienes no te sirve de nada. Ni siquiera te consultan, y si acaso lo hacen no siguen tus consejos.” Como soy optimista espero que alguna utilidad tengan los consejos, fruto de mi experiencia, que voy a dar, sin que nadie me los haya pedido, pero que me siento obligado a darlos en víspera del cambio político, que así lo veo, interesado como estoy de que, por fin, haya en Venezuela una democracia estable, moderna y próspera.
Comenzaré por la corrupción. En 1984 fui elegido Magistrado del Consejo de la Judicatura por cinco años (hasta 1989), quizás por haber sido antes presidente de la Federación de Colegios de Abogados de Venezuela, el gremio nacional de la abogacía. Acepté con la ilusión de enfrentar, derrotar y liquidar la corrupción judicial. El derrotado fui yo, porque la corrupción es en Venezuela un super-poder y la judicial uno de sus brazos ejecutores. Aprendí entonces que el sistema judicial había sido diseñado para la corrupción, incubada como cuota política. Cada magistrado o juez corrupto tenía un padrino político, que a su vez dependía de un financista con intereses y debía atender a una clientela electoral. Y, por contrapartida, el magistrado o juez verdaderamente independiente era un ser desamparado, un ánima sola sin dolientes, víctima fácil de la intriga o de la venganza de los afectados por sus sentencias. Entonces aprendí lo que debe hacerse, asimilando la experiencia del modelo europeo de gobierno judicial y carrera judicial.
No escarmenté y luego en los años 1995-1997 cometí el mayor error de mi vida. Ejercía el cargo de Procurador General de la República cuando el Presidente de la República me propuso hacer el trabajo que ningún funcionario había aceptado por cobardía. Consistía en enfrentarse a los banqueros incursos en corrupción financiera, causa de la crisis sistémica de la banca que amenazaba hundir a la democracia. Acepté, a pesar de que, a diferencia del Fiscal General y del Contralor General, no tiene el Procurador atribuciones constitucionales ni legales para ello, lo que obligaba a actuar en un prolongado estado de excepción como en efecto se hizo. Lo hice porque lo consideré un sacrificio necesario para salvar la democracia. Creí entonces que contaría con el apoyo unánime del Ejecutivo y de los otros poderes públicos. Me equivoqué. Comprobé otra vez que la corrupción es un super-poder que está por encima de todos los poderes públicos, porque a todos los controla o los penetra, a tal extremo que a un presidente honesto lo hace rodear por una camarilla palaciega corrupta encargada del trabajo sucio en contra del que la combate. Y, seamos claros, el núcleo duro de este super-poder es la corrupción político-financiera, la imbricación entre políticos y financistas. Al darme cuenta de que no podía vencer a esta coalición de fuerzas, renuncié al cargo que nunca debí aceptar.  
Si en la democracia la corrupción era un super-poder oculto o de facto, ahora es gobierno. En la nueva etapa histórica la lucha contra la corrupción debe comenzar por acabar con la narcotiranía de la delincuencia organizada, echándola del poder político, y enseguida tomar las medidas para que no vuelva jamás. Con esta intención daré los consejos que me siento obligado a dar a los jóvenes que van a asumir el poder en la transición con el deseo de que tengan éxito.


LAS 7 PLAGAS (1) 




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