lunes, 27 de octubre de 2014

Un fracaso llamado Venezuela (VI): la serpiente que se muerde la cola


Reelección diferida e inmediata, caciquismo y nepotismo, dejaron sin sistema inmunológico a la democracia ante la tiranía, la que ha regresado con virulencia
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Los firmantes del Pacto de Punto Fijo en 1958 (Betancourt, Caldera y Villalba) han sido los únicos líderes democráticos del país desde la independencia. Esta cualidad, unida a su formación intelectual sólida y su honestidad a toda prueba, auguraba que su acuerdo, desarrollado posteriormente en la Constitución de 1961, nos traería la democracia para siempre. No fue así. La democracia no los sobrevivió. Se fue con ellos.
El ensayo democrático (1958-1998) terminó en el fracaso porque ellos, los mejores líderes civiles de nuestra historia, dignos de admiración y respeto, cometieron un error fatal en el diseño institucional. Mantuvieron la presidencia imperial de las cuatro coronas en una sola persona (Jefe de Estado, Jefe de Gobierno, Jefe del Partido y Comandante en Jefe de la FAN), que había sido la forma de gobierno propia del caudillismo militar. No innovaron, a pesar del fracaso acumulado durante siglo y medio, haciendo la separación, por ejemplo, entre el Jefe de Estado (electo por el Congreso mediante consenso) y el Jefe del Gobierno (electo directamente por el pueblo), de modo que ambos fuesen contrapeso institucional entre sí a fin de evitar la tiranía, para lo cual era necesario sustituir el sistema presidencial por la república parlamentaria tal como existía en Europa Occidental.
Para agravar el error, de mantener la presidencia imperial, no establecieron la no-reelección absoluta como muro de contención de la tentación caudillista y dictatorial. La reelección diferida fue el simulacro de alternancia en el cargo que usaron Páez y Guzmán en el siglo XIX para su prolongado ejercicio del poder poniendo testaferros en el período intermedio. La reelección inmediata sirvió a Monagas, Gómez y Pérez Jiménez de antesala a la indefinida para constitucionalizar la tiranía. Ninguna reelección había sido buena. Todas fueron una desgracia para el país. Y, sin embargo, los grandes líderes democráticos insistieron en ella, en lugar de aplicar en Venezuela la vacuna mejicana contra la tiranía: la no-reelección absoluta.
¿A qué se debió que, desoyendo las enseñanzas de la historia, hayan insistido en la reelección presidencial que terminó resultando un desastre en esta etapa de la República como lo había sido en las anteriores? Hice la pregunta cuando promulgaron la Constitución del 61, intrigado por el rechazo a la no-reelección absoluta propuesta por Uslar Pietri y Escovar Salom. Se me dijo que estando Betancourt en la presidencia, interpretaría que era en contra suya. Debió ser verdad porque él se abstuvo de proponerla como correspondía. Terminado su período mantuvo durante diez años el suspenso de su aspiración. Vencido el plazo (1973) desistió porque se convenció, como antes en 1947, de que su reelección era inconveniente para la democracia. ¿Porqué no aprovechó su renuncia a la reelección, que le daba la autoridad moral que ningún líder había tenido, para proponer la no-reelección absoluta mediante una reforma constitucional? No lo sabemos. Lo que sí sabemos, por lo sucedido después, es que de haberlo hecho habría salvado a la democracia. Nos habría ahorrado lo que estamos viviendo, porque la “no-reelección absoluta”, convertida en cláusula pétrea de la Constitución como fundamento inderogable e inmodificable del sistema político y sembrada además en el corazón y la conciencia del pueblo mediante la educación y el adoctrinamiento, hasta hacerla parte de su idiosincrasia, habría impedido recaer en la dictadura tal como lo ha conseguido México, próximo a cumplir un siglo de democracia.
La reelección presidencial destruyó el sistema inmunológico de la democracia dejándola indefensa ante la tentación dictatorial. Se convirtió en peste cuando infectó a gobernadores y alcaldes todos reeleccionistas confesos y fervorosos, de reelección inmediata, que constituyeron partidos regionales reeleccionistas. Así la institucionalidad en estados y municipios fue sustituida por el caciquismo, llevado a la exageración con el nepotismo que convirtió el gobierno regional y local en heredad familiar en cuya jefatura se alterna el cacique con su mujer o sus hijos. Para 1998 había en Venezuela reelección diferida e inmediata, caciquismo y nepotismo, los compañeros de las tiranías del pasado, los cuales le abrieron las puertas del regreso. Es la eterna recaída en el fracaso en lo cual llevamos dos siglos, simbolizada en la serpiente que se muerde la cola. Lo que nunca más nos deberá suceder si esta vez aprendemos la lección haciendo sacrosanta la no-reelección absoluta.


Liberación Nacional y No-Reelección (95)

lunes, 20 de octubre de 2014

Un fracaso llamado Venezuela (V): la peste reeleccionista.

La reelección de presidentes, gobernadores y alcaldes se convirtió en peste reeleccionista, la cual acabó con el anticuerpo social contra las tiranías. Sólo hay una vacuna efectiva: la no-reelección absoluta, cuya eficacia se ha probado en México.
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Tenemos dos tareas. La primera, salir de esta pesadilla, adelanto del apocalipsis hasta por sus jinetes (traición, tiranía, saqueo, comunismo, militarismo, ruina y malandraje).  La segunda, evitar la recaída para que los hijos de nuestros hijos y los nietos de nuestros nietos no vivan lo que nosotros hemos vivido y estamos viviendo. Con este fin debemos analizar porqué Venezuela ha sido un fracaso, un inmenso fracaso, una suma de dos siglos de fracasos que ha culminado en el fracaso total (político, económico, social, cultural). Pero no para lamentarnos como lo hicieron las generaciones anteriores. Y mucho menos para irnos al extranjero, renegando de nuestro país que es lo mismo que renegar de nuestra familia. No para decirnos como lo hizo el poeta eximio, Andrés Eloy Blanco, transido de dolor en el exilio, que al no encontrarle explicación a la desgracia venezolana exclamó que algo había en la placenta del país para tanto infortunio, por el cual siempre el hijo grande muere afuera, desterrado o excluido, mientras el hijo vil se eterniza dentro, con las manos ensangrentadas, ahíto de poder y dinero. Definitivamente nuestro mal no está en la placenta, ni en la del país ni en la nuestra, sino en que nuestros políticos no se han elevado a la categoría de estadistas. Los venezolanos buenos son más, muchos más que los malos. Los venezolanos buenos no son extraterrestres, personas anormales y extrañas a la realidad. Revisando nuestro entorno familiar y social podemos constatar de que lo común son los venezolanos buenos y que lo anormal son los venezolanos malos. Entonces no cabe determinismo alguno que nos condene al fracaso.
Lo que nos ha condenado al fracaso es el error de diseño institucional. Enseña la vida que insistir en el error conduce al fracaso. Fue lo que hicieron los líderes políticos que asumieron la conducción del país a partir de 1958. Su error estuvo en mantener la presidencia imperial, que durante siglo y medio había sido la forma de gobierno del caudillismo militar, y tener la pretensión de convertirla en la forma de gobierno del caudillismo civil, en lugar de ensayar algo distinto como el sistema parlamentario. Desde luego, el parlamentario no se ajusta a la personalidad autoritaria, propia tanto del caudillismo militar como del civil.
La presidencia imperial es la forma de gobierno adecuada para el caudillismo militar. Lo probaban siglo y medio de historia. Mantenerlo, para que sirviese al caudillismo civil, era un riesgo muy grande, no sólo de regreso al pasado, sino de rechazo al implante causando inestabilidad política, por lo cual había que tomar precauciones. Viniendo la mayoría de los políticos de su exilio en México cabía esperar que hicieran algo semejante a lo que hicieron los mexicanos para ponerle fin al caudillismo, causa de las tirans usado el cerebroías. La receta de México era una vacuna contra el caudillismo y la tiranía que les ha resultado un éxito. Se llama “no-reelección absoluta.” Seis años en el poder y luego a su casa, retirado de la política. Tan efectiva ha sido la vacuna que México va a cumplir un siglo de democracia y paz. Y no sólo eso, desde 1940 no ha habido un presidente militar. El último fue el General Lázaro Cárdenas, que a pesar de su inmensa popularidad no pretendió modificar la Constitución para quedarse. Aparte de que los mexicanos no lo habrían permitido, porque ya la no-reelección forma parte de su idiosincracia.
Los líderes políticos de los pasados 40 años optaron por la peor alternativa. En la Constitución del 61 establecieron la reelección diferida con 10 años de por medio, durante los cuales el presidente saliente seguía activo en la política como senador vitalicio. Esto fue mortal para los partidos y para la institucionalidad democrática. Su consecuencia: la debilidad de la democracia para sostenerse en medio de crisis políticas sucesivas. Para rematarla se estableció la reelección inmediata de los gobernadores y alcaldes, propagándose la peste del reeleccionismo, que eliminó todos los anticuerpos sociales contra las dictaduras.  
La reelección en todas sus modalidades (inmediata, diferida e indefinida) ha sido en Venezuela una peste política, causante de dos siglos de fracasos. Al contagiarse presidentes, gobernadores y alcaldes de esta peste e infectar a la sociedad, acabaron con las defensas de la democracia, abriéndole las puertas a la tiranía. Aprendamos la lección. Para tener democracia hay que exterminar a la peste reeleccionista poniéndonos la vacuna patentada por los mexicanos: la no-reelección absoluta.

Liberación Nacional y No-Reelección (94)

lunes, 13 de octubre de 2014

Un fracaso llamado Venezuela (IV): la funesta presidencia imperial

El presidencialismo es en Venezuela la forma de gobierno del caudillismo militar, y por ello probadamente incompatible con la democracia en nuestro país.
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Cuando derrocamos a la que sería la última dictadura de nuestra historia, como lo creíamos ilusionados, los jóvenes de la generación del 58 pensamos que viviríamos para siempre en democracia. Nos equivocamos. No ha sido así. Medio siglo después estamos bajo la peor tiranía por ser la tiranía de los peores, la tiranía de los que vendieron la patria a Cuba además de saquearla y escarnecerla.
¿Cuáles fueron los errores que provocaron tamaña desgracia? Fueron varios, pero el político fundamental consistió en no haber refundado la República sobre bases distintas, rediseñándola institucionalmente, visto el siglo y medio de fracaso político-militar. Si el sistema político no había funcionado, ¿porqué se lo mantuvo? Si la Constitución de 1947 había demostrado su inutilidad para vencer a la plaga del caudillismo militar que padecíamos desde la independencia, ¿porqué repetir el fracaso en lugar de ensayar algo nuevo? Todo se debió, pues, a un error de los líderes, el error de sustituir el caudillismo militar por el caudillismo civil.
Estaba probado que el sistema presidencial es incompatible con la democracia en Venezuela. No lo es en Estados Unidos, pero aquí sí. Las razones son muchas. Basta señalar una: el presidencialismo ha sido entre nosotros la forma de gobierno del caudillismo militar. Este solo hecho, haber sido la forma de gobierno del caudillismo militar, imponía la necesidad de sustituirlo. 150 años de fracaso político para entonces no eran acaso suficientes para descartar el presidencialismo y ensayar un sistema parlamentario al estilo de Europa Occidental?  No lo vieron los líderes, que por lo demás fueron grandes líderes. Los cegó el espíritu caudillista que los hizo mantener en la presidencia imperial la concentración de cuatro coronas o poderes que ningún monarca contemporáneo ostenta juntos: la jefatura del Estado, del Gobierno y de su partido, además de la función de Comandante en Jefe de la FAN. Un emperador cuádruple coronado, lo que facilitaba a un país enemigo colocar en el cargo a un infiltrado para dominar a Venezuela, tal como sucedió.
La persistencia en el fracaso, insistiendo en un diseño constitucional inservible por su inutilidad, ha sido una constante en los dos siglos de vida republicana. ¿De qué valen después los lamentos si la cuádruple corona del caudillismo civil es la mayor tentación para el caudillismo militar? Lo sensato y previsivo era haber ensayado una república parlamentaria como la italiana, separando la Jefatura del Estado y la Jefatura del Gobierno, para que el Jefe del Estado sirviese de poder moderador como árbitro y fuese el Comandante en Jefe de la FAN como representante de la unidad nacional despolitizando el mando supremo. Vistas en perspectiva, las situaciones conflictivas suscitadas durante los gobiernos de Betancourt y Carlos Andrés Pérez hubiesen tenido solución adecuada con un estadista en la Jefatura del Estado como Giorgio Napolitano, el anciano Presidente de Italia que ha evitado, con su intervención moderadora y al mismo tiempo enérgica ante el Gobierno y el Parlamento, el colapso de la democracia en su país.  Véase la diferencia: en 1947 Italia, un país en ruina por la guerra mundial y destruido institucionalmente por la tiranía fascista, se dio una Constitución todavía vigente, gozando así de una democracia estable con forma de república parlamentaria durante 67 años. El mismo 1947 Venezuela se dio una Constitución presidencialista, como lo habían hecho también todas las dictaduras, que fue derogada por un golpe militar en 1948. Después vino otra Constitución presidencialista en 1953 para una dictadura militar, luego derrocada la dictadura nos dimos la Constitución presidencialista de 1961, derogada por la superpresidencialista de 1999 fruto de otro golpe de estado disfrazado de Constituyente. Cuatro constituciones presidencialistas y estamos peor que en 1947, sin democracia y arruinados, y para mayor vergüenza: sin soberanía y humillados por Cuba.
¿No vale la pena ensayar un cambio de sistema político, después de dos siglos de fracaso del presidencialismo, a ver si conseguimos la estabilidad democrática lograda por Italia y toda Europa Occidental con el sistema parlamentario?  Convengamos que en todo caso cambiando es imposible que nos vaya peor que como estamos.

Liberación Nacional y No-Reelección (93)

lunes, 6 de octubre de 2014

Un fracaso llamado Venezuela (III): la plaga del caudillismo militar

En dos siglos de vida republicana apenas hemos tenido cuarenta años de democracia aunque imperfecta (1959-1999), no obstante que las 26 constituciones promulgadas la han consagrado como sistema político. Y como un castigo por haber tenido por excepción esta democracia tan corta, la ha seguido la peor tiranía militar, en la cual a la tradicional barbarie se le ha agregado la traición a la patria con la cesión graciosa de la soberanía a Cuba, un acto ruin que nos avergonzará para siempre por haberlo permitido sin hacer nada para impedirlo. El acto infame con el cual hemos perdido la República es la conclusión lógica de la postración institucional causada por la plaga del caudillismo militar, una enfermedad epidémica, contagiosa y maligna. 
Entre nosotros el uniforme militar identifica al caudillo. Todo caudillo que se precie de tal debe ostentar uniforme militar. Por este motivo todos los políticos civiles vistieron uniforme militar desde 1811 hasta 1941. Eran políticos uniformados o políticos militares que convirtieron a la presidencia de la República en cargo militar. Esta tradición comenzó con Bolívar, un civil mantuano de los más ricos de Caracas, que concluida la guerra de independencia no se quitó el uniforme sino lo ostentó consagrándolo como el traje presidencial, a diferencia de Washington quien hizo lo contrario: se quitó el uniforme y se puso el traje civil reconociendo que la presidencia es un cargo civil. A partir de allí se extendió la plaga del caudillismo militar. Todos con uniforme de gala: Páez, un peón de hato; Soublette, otro mantuano; los hermanos Monagas, ganaderos de los llanos orientales; Falcón, un bachiller; Guzmán, un joven de la alta sociedad, hijo de político; Crespo, hombre de campo; Andrade, militar por herencia pero no de academia; Castro, un seminarista y dependiente de comercio; Gómez, un hacendado; y López, un bachiller. Ninguno era militar profesional. Se pusieron el uniforme para guerrear y después no se lo quitaron porque era el traje del poder. Sin el uniforme no eran poder. Con el uniforme eran, no sólo poder, sino poder absoluto.
Fueron civiles los que identificaron la autoridad con el uniforme y convirtieron a la presidencia de la República en grado militar. Una aberración política que explica el que Antonio Guzmán Blanco, un abogado egresado de la UCV con el título de Doctor en Derecho Civil, haya optado por preferir que se le llamara General y así se le conozca en la historia, omitiendo su título universitario. Fueron civiles los que crearon el culto al uniforme, disfrazándose de militar y manteniendo el disfraz para toda la vida.
A la identificación de la presidencia con el uniforme militar, y a éste como el traje del déspota, se debió que el único modo de cambiar de gobierno era alzarse en armas, la vía segura para que el civil alzado se pudiera vestir de militar. Para evitar que le sucediera lo mismo que a todos sus antecesores, Gómez inventó la FAN, un cuerpo profesional con monopolio de las armas. Por esta circunstancia hubo un cambio político sin duda: desaparecieron los políticos civiles que se vestían de militares (o sea, los políticos militares) y aparecieron los militares que hacen política considerando a la presidencia de la República como cargo militar y el de Comandante en Jefe como máximo grado militar, reservado por tanto a militares (o sea, los militares políticos). Los golpes de 1945, 1948, 1952, 1962, 1992 y 1999 demuestran que la plaga del caudillismo propagada por los políticos militares ha mutado en la plaga de los militares políticos. Y esta mutación se ha tornado agresiva. Para castigarnos por haber osado tener una democracia bajo presidencia civil los militares políticos han derrumbado todos los muros de contención al militarismo: la presidencia de la República es ahora un cargo militar que se ejerce con el grado de Comandante en Jefe, uniforme y distintivos propios; al presidente difunto se le llama Comandante Supremo en lugar de Presidente Supremo, poniendo el grado militar por encima del máximo cargo republicano; y la FAN, convertida en partido político armado, proclama su ideología: “patria socialista o muerte.”
Por su agresividad el militarismo extremo ha cometido el error de tomar partido por una ideología política y por ella ceder la soberanía a Cuba. En este error está su debilidad. Y la oportunidad para los militares que quieran salvar a la FAN, salvándose ellos mismos en dos pasos: liberar a Venezuela de Cuba y despolitizar a la FAN, dados los cuales los civiles nos encargaremos de desmilitarizar la presidencia de la República.
La historia enseña que de debajo de las piedras saldrá.

Liberación Nacional y No-Reelección (92)